La dimisión en bloque del Ejecutivo holandés presidido por el liberal Mark Rutte, materializada finalmente el pasado viernes 15 tras varias reuniones entre los partidos que forman la coalición de Gobierno, ha vuelto a poner de relieve las profundas contradicciones que respecto de la inmigración, la pobreza y la desigualdad arrastran las sociedades europeas supuestamente más avanzadas, en las que el trato más o menos abiertamente discriminatorio hacia determinadas minorías étnicas y/o religiosas por desgracia no constituye la excepción sino la norma.

En este caso concreto no se sabe qué lamentar más: si la impensable dimensión del problema, que Gobierno e instituciones trataron inicialmente de minimizar (circunscribiéndolo al grupo inicial de 157 padres de una guardería de Eindhoven) cuando en realidad ha afectado a más de 26.000 familias; la utilización indebida „llevada a cabo por funcionarios de la Hacienda holandesa„ de datos referentes a la nacionalidad de los progenitores; o la propia indefensión de los afectados, obligados a endeudarse para devolver las ayudas ya cobradas y en muchos casos gastadas, que sufrieron graves daños psicológicos y consecuencias socioeconómicas, como divorcios, embargos, desahucios, etc.

El informe elaborado como resultado de su investigación por una comisión parlamentaria advierte de que «la injusticia sin precedentes cometida ha tardado demasiado en ser reconocida», concluyendo que «hubo falta institucionalizada de imparcialidad, y los funcionarios interpretaron de forma demasiado estricta la normativa contra el fraude». El propio Rutte califica el informe de «duro, pero justo», y admite ahora que «todo ha sido horrible; se ha tachado de delincuentes a personas inocentes, sus vidas han sido destruidas y el Congreso fue informado de forma incompleta y errónea. El método para otorgar el subsidio debe reorganizarse por completo». Reconoce asimismo que «el Gobierno no cumplió con sus propios altos estándares», lo que supone un «fracaso sistémico que no puede quedar sin consecuencias»

Pero mientras veo sus declaraciones repetidas una y otra vez en los informativos de las distintas cadenas, no puedo por menos que preguntarme: ¿A qué consecuencias se refiere, si pocos días antes se mostraba reacio, afirmando que la dimisión sólo tendría valor simbólico, dada la proximidad de las elecciones legislativas de marzo? ¿A qué consecuencias se refiere, si afirma contar con ´toda la confianza' de su partido para presentarse como cabeza de lista y, si se confirman las previsiones de las encuestas, ser reelegido primer ministro dentro de dos meses? Lo pienso mientras miro su enigmática sonrisa sobre la bicicleta, junto a los periodistas, y me parece obvio que para Rutte esta asunción de responsabilidades „tardía y obligada por el resto de partidos de la coalición„ es sólo un guiño a su electorado. Lo siento, seré yo, pero me parece más fingida que real su contrición.