No creo aún en la física cuántica, aquella que se sustenta en la capacidad de nuestro cerebro para crear la realidad. Ya saben. Hay quien piensa que por ordenar a tu mente que, con el doble temporal que está cayendo, te vas a encontrar con un local de apuestas a tu disposición es suficiente para acertar. Bastaría con pensarlo para darte de bruces con un ´engañabobos' o uno de estos tugurios, pero la gran verdad es que si te hallas en la Región de Murcia no tiene mérito pues es lo único que, por doquier, te espera con los brazos abiertos.

Hay fenómenos y también filomenos más o menos propicios en función del crupier que maneje la ruleta, pero de lo que estoy convencido, de pleno, es en el poder de la palabra.

Empezamos este apocalipsis teniendo claro qué preferimos entre la ´bolsa o la vida'. El común de los mortales elegimos, a pesar de nuestro destino, priorizar el oxígeno. Hubo otros que, uncidos por su riqueza, eligieron ambas pues va en su ser no desprenderse nunca de su estar material. Y finalmente, creo que los menos, se decantaron por la economía pura e impuramente.

Estos últimos no tardaron en inocularnos el lema ´salvar la economía' o, después, ´salvar la Navidad', que tanto monta. Desde ese instante hasta ahora pareciera que pudiera haber bolsa sin vida cuando es sabido que el plástico, tanto en modo tarjeta como con asas, constituye la gran amenaza para nuestra existencia.

Tanto es el poder del bolsillo que imprime un ritmo cansino de vacunación para agrandar la desigualdad, a siete horas diarias como máximo no sea que vaya a desaparecer el morlaco. Llámese a banderilleros, estudiantes de medicina, veterinarios o monjitas, que en plazas de toros, facultades, conventos e iglesias nos permitan, a jeringilla calada, acabar con este castigo.

Antes al contrario, las inyecciones caminan a un gélido y titubeante paso como si hubiera algún interés por, una vez que la puta economía vuelve a ocupar el trono, no resolver la dicotomía a favor de la vida.