Ha pasado una semana desde que Madrid se convirtió en Cicely, pueblecito donde se rodó una de esas series en las que quedarse a vivir, como era Doctor en Alaska, sólo que allí estaban preparados para las nevadas, cosa que en Madrid el centro de la capital parece haber sufrido una guerra o haber sido el set de rodaje de la película El Día de Mañana.

En los años que tengo no había vivido algo así. Al principio estuvo bien: dar un paseo por la Casa de Campo, en las primeras horas de la nevada y respirar, para mí fue liberador al haber pasado tanto tiempo encerrada y no poder salir e improvisar como hace ya ni me acuerdo, pero la cosa se fue complicando y la nevada fue tan intensa que la mañana del sábado amanecí sepultada. Horas más tarde, cuando bajé a la calle a por un cartón de leche y un capricho en forma de caja de cerveza doble malta, me di cuenta de lo que había liado Filomena.

Pasé de encontrarme en Madrid a estar en mi pueblecito soñado de Alaska sin moverme, con la nieve que me llegaba por encima de las rodillas. Hasta aquí una estampa muy romántica, pero al levantar la cabeza del suelo, coches destrozados por los árboles caídos del peso de la nieve, ramas en mitad de la calzada, en fin, un cuadro que con el paso de los días ha dejado de ser divertido. Ahora es un auténtico peligro salir a la calle sin pensar en no romperse una cadera por las placas de hielo y la nula previsión por parte del Ayuntamiento: las calles siguen impracticables, y los servicios de limpieza se encuentran desbordados de incidencias.

Por no hablarles del drama de mi armario sin ropa para rodar un episodio en Alaska de Al filo de lo imposible ni calzado con crampones o una pala debajo de la cama.

Bromas aparte, han pasado siete días y las placas de hielo de las aceras da pánico verlas lo mismo que verme a mí andando por la calle en estas circunstancias. Como ya dijo Iván Ferreriro, «el equilibrio es imposible». Aunque mucho peor es mirar al cielo y ver las cornisas de los edificios con carámbanos afilados como auténticas estacas que no sabes en qué momento van a caer. Lo de vivir una amenaza mortal constante el guionista de 2020 y 2020 +1 se lo ha tomado muy en serio y no sé si mi pobre corazón está preparado.

Menuda turra les estoy dando con Filomena. Pido disculpas, pero no me negarán que la irresponsabilidad humana ha demostrado una vez más no tener límites y mostrarnos por redes sociales, telediarios y demás canales que el ser humano merece cuanto antes la extinción o que llegue ya de una vez la invasión alienígena, porque somos infinitos. Esquiadores, disfraces de Pikachu por la nieve, dinosaurios, congas en la Puerta del Sol, porque todos sabemos que la pandemia se tomaba vacaciones durante la nevada como en Navidad. Ja.

Me voy a reír, entiendan la ironía, cuando dentro de unas semanas salgan los contagios provocados por la panda de indocumentados que durante la nevada pensaron que ni virus ni leches. Sé que a muchos de los que me están leyendo no les afecta lo que les digo porque no han visto ni caer un copo y les disculpo por ello. Bastante han soportado, pero hablemos de la Navidad, así sin paliativos:

Ni las luces se deberían haber puesto en las calles. Gobierno nacional y autonómicos tomaron una decisión compartida equivocada. El objetivo era llegar a enero bien para la campaña de vacunación, y se equivocaron de objetivo al querer ´salvar la Navidad'. Ahora, lejos de llegar bien para vacunar, tenemos las Ucis a reventar y a la mayoría de los presidentes autonómicos suplicando al Gobierno central un confinamiento domiciliario.

Apostar por la Navidad es la decisión política más errónea que nuestros Gobiernos han tomado desde que empezó esta pesadilla al relajar las medidas ante los datos de bajo contagio en unos días en los que el contacto social era más que evidente. Sé que muchos dirán que es muy fácil hablar ahora, con las cifras de los contagios en la mano, pero es que la comunidad científica nos lo estaba advirtiendo a primeros de diciembre.

Les prometo que no daba crédito cuando hace unos días salía Fernando Simón, a quien he defendido durante toda la pandemia, pero creo que está quemado como portavoz, y sobreexpuesto durante todos estos meses al darle un papel que no le correspondía, diciendo que «en Navidades la gente se relajó se recomendara o lo que se recomendara». Hombre, Fernando, hagan un poco de autocrítica, tanto los Gobiernos central como los autonómicos. No lo pueden dejar todo a la responsabilidad individual, así como se debe exigir más dureza en el cumplimiento de las medidas, porque parece que hay impunidad y que esto es jauja.

Ahora los datos son escalofriantes, los contagios no van a dejar de subir, los fallecidos también y las Ucis y nuestros sanitarios, esos a los que aplaudimos y a los que llamamos héroes, vuelven a estar aterrados y bajo una presión y estrés inhumano. No han visto a familiares, la mayoría no se han ido de vacaciones y más de la mitad está en riesgo altísimo de sufrir depresión y crisis de estrés postraumático mientras nos fumamos un puro todos.

Y por si fuera poco, nos llega el milagro, la vacuna, y lejos de estar mañana, tarde y noche vacunando nos lo tomamos con calma. Si se tienen que utilizar campos deportivos para facilitar la rapidez de la vacunación, ¿a qué estamos esperando? ¡Espabilen! Tenemos a todo el personal sanitario salvando vidas y no tenemos gente para poner vacunas. Íbamos a salvar ¿el qué?

Hay algo que no entiendo. Esta semana escuchaba que los inmovilizados que viven en sus domicilios, que son de altísimo riesgo en su mayoría, según el portavoz Covid de la Región de Murcia, no serán vacunados por el momento, ya que la vacuna no se puede desplazar a domicilios y habrá que esperar. Si les soy sincera, el día que me enteré el desánimo se apoderó de mí al ver que mis padres no podrían vacunarse tal y como ansiamos para protegerlos. Pero tras escuchar al presidente de la asociación de Vacunología de España, Amós García Rojas, del desánimo pasé al cabreo, ya que no veía ninguna razón para no vacunar a los grandes inmovilizados en su casa. Pero, claro, para hacerlo se requiere de un gran esfuerzo por parte de quienes gestionan la vacunación, igual que se ha hecho con el traslado de la vacuna a las residencias y centros de mayores. Todos estamos hartos, cansados y deseando que esto acabe, pero si los que tienen en sus manos la gestión de nuestra inmunidad no hacen hasta lo imposible por vacunar a los más vulnerables en el menor tiempo posible, estén donde estén, no sé qué pensar.

Ya tengo claro que nos han tocado los peores políticos en el peor momento de la historia, también tengo claro que en temas de gestión no están muy puestos, siento que les haya tocado una pandemia, quizás habrían preferido tíos con cuernos, con cuerpos apolíneos entrando en el Congreso. Todo se andará si seguimos por este camino, pero ahora en lo único que deberían estar centrados es en vacunar sin parar. Esto no va de culpas, aunque la tienen, porque les repito que se equivocaron queriendo salvar una Navidad que ni tendríamos que haber celebrado tal y como la entendemos. Ahora, unos y otros debemos asumir en el momento tan crítico en el que nos encontramos y todo lo que ello conlleva: sanidad saturada, más fallecidos, puestos de trabajo destruidos. Trágico y grave.

Mientras llegan tiempos mejores, conviértanse en monjes cartujos y cuídense.