Lo de aprender un idioma es harto complicado, y más complicado aún parece organizar un sistema educativo que consiga un porcentaje de éxito significativo en la enseñanza de un idioma tan diferente al nuestro como es el inglés. Desgraciadamente el inglés es el idioma que tenemos que aprender sí o sí, y por eso resulta tan patético el hecho de que solo una minoría de nuestros compatriotas lo maneje con cierta soltura. Ya hablé de la importancia y dificultad de aprender inglés en un artículo relativamente reciente y no voy a abundar en ello. Lo más triste de la historia de los idiomas globales como el inglés es que los que nacen en un país angloparlante no sienten la más mínima necesidad de aprender otro idioma, a pesar de que hay un consenso universal por el que aprender idiomas enriquece mental y personalmente, es una fuente potencial de mejora profesional y produce un alto grado de satisfacción cuando se utiliza ese conocimiento para la cultura o el turismo.

y qué idiomas debería aprender un español que quiera aspirar a tener un perfil cosmopolita y moverse por el mundo como en su propia casa? Más allá del inglés, que no solo es el idioma nativo de más de mil millones de personas sino que es el común que permite comunicarse a más de la mitad de la Humanidad, los españoles que aspiran al cosmopolitismo por afición o por negocios deberíamos completar nuestro aprendizaje con el francés y el portugués, idiomas latinos que son francamente accesibles y que se pueden aprender de adultos. Ambos idiomas tienen sus respectivas y enormes áreas de influencia, conocidas como francofonía y lusofonía respectivamente. El resto de lenguas podrían ser calificadas como ´idiomas vocacionales', sean el mandarín que hablan cientos de millones de personas en China o el lenguaje de una reducida tribu del Amazonas. Tiene sentido aprenderlas en la medida en que por elección o por destino, tengas que utilizarlas en un momento determinado de tu vida y por alguna poderosa razón. En este sentido, es curioso el fenómeno del interés universal que suscitó el aprendizaje del mandarín, idioma mayoritario en China, al hilo del engrandecimiento económico de ese país. En un momento dado, todos los padres querían que sus hijos estudiaran chino para darles una ventaja competitiva de cara al futuro. El hecho es que las estadísticas nos muestran que cada vez menos alumnos estudian mandarín, al menos en el mundo occidental fuera del área directa de influencia de China en el Sudeste asiático.

Aparentemente esto no tiene nada que ver con restarle deliberadamente importancia al futuro papel de China en el mundo, aunque los signos de los tiempos parecen apuntar a un desacoplamiento de traumática articulación entre el gigante asiático y Occidente. De hecho, China está cada vez más volcada en el hemisferio Sur y en los que se llaman tradicionalmente ´países en vías de desarrollo', situados principalmente en África y Sudamérica. Solo hay que mirar a los acuerdos hechos por las farmacéuticas chinas para distribuir sus vacunas para tener una imagen casi completa del esfuerzo de expansión china por el resto del mundo, en competencia directa y sin tapujos con los países occidentales. China se ha convertido a partir de la toma del poder absoluto y sin límite temporal por parte de su actual dirigente Xi Jinping en una potencia asertiva y hasta agresiva, con escaso respeto a los derechos humanos y supresora de los derechos políticos allí donde tiene oportunidad, como en el caso de Hong Kong o en el de la etnia uigur en la vasta región de Sinkiang. Pero, al margen de las consideraciones geopolíticas, parece ser que el chino es un idioma tan complicado y difícil de dominar que padres y alumnos llegan a la conclusión que el esfuerzo sería más rentable aplicado a alguna carrera de alta exigencia y fácil salida profesional, como ingeniería aeroespacial, por ejemplo.

y cómo nuestro cerebro responde en distintas edades al proceso de aprendizaje. Un reciente estudio firmado por Steven Pinker, un psicolingüista profesor de Harvard y autor de un interesante libro titulado El instinto del Lenguaje, demuestra que a partir de los 17 años, nuestro cerebro pierde gran parte de la flexibilidad necesaria para aprender todo los intríngulis de un idioma, especialmente si está alejado fonética y gramaticalmente de nuestra lengua materna. Es universalmente aceptado que los fonemas de una lengua se perciben y diferencian en los primeros años de vida, y también que el desarrollo de las estructuras gramaticales se adquiere entre los cuatro y cinco años. La gramaticalidad, según el libro mencionado, es un instinto que todos tenemos al nacer, y simplemente se manifiesta a esas edades. Los niños aprenden palabras, pero desarrollan instintivamente la gramática, igual que una araña empieza a fabricar telarañas sin un proceso de aprendizaje. Se enseña gramática a los adultos pero no a los niños; éstos la adquieren por su cuenta en el entorno adecuado.

Según el último estudio de Pinker, hecho a partir de una ´falsa encuesta' entre 60.000 estudiantes de idiomas online, la ventana de edad idónea para adquirir un conocimiento experto de un idioma extranjero es a partir de los diez años y antes de los diecisiete. Los países nórdicos inician la enseñanza del inglés a partir de los cinco, y no les va mal. De hecho, los casos de éxito que yo conozco personalmente tienen que ver con una guardería angloparlante (no bilingüe), televisión infantil en versión original en casa, estudios serios de inglés en la escuela y en el instituto, con apoyo de clases extras, y un año de intercambio y/o convivencia con familias en localidades rurales de países anglosajones. Todo lo demás es ir cuesta arriba, como en mi caso, que empecé a tomarme en serio lo de aprender inglés pasados ya los treinta. Aunque acordarme de mi tío José Escarabajal, que empezó a aprender inglés a los 70 con gran entusiasmo y no paró hasta su muerte con 82 años me da ciertos ánimos.