De los arcanos que pueblan el mundo editorial español, uno de los más misteriosos es el del escritor malagueño Antonio Soler. Recuerdo haber estado en cientos de conferencias, tertulias literarias y conversaciones con otros amigos lectores y no haber escuchado mencionar nunca su nombre entre los mejores escritores españoles en activo. Cada año aparecen nuevos autores, con calidades diversas y siempre me reafirmo en la excepcional calidad que adquiere el escritor andaluz, sobre todo tras la publicación de Sur, su última novela, ganadora del Premio Nacional de la Crítica. Basta revisar las listas de los principales periódicos y revistas literarias sobre los mejores libros de 2018 para comprobar el olvido (desconozco si intencionado o no) que la novela sufrió, más aún habiendo sido premiada con un galardón tan importante. Espero que con el discurrir del tiempo Antonio Soler no se convierta en una cuenta pendiente de nuestra literatura, otra más que sumar a la de Martín Santos.

NO ES UN RECIÉN LLEGADO. Para nada. Han pasado casi treinta años desde la publicación de su primera novela, Modelo de pasión, en 1993, y la progresión que ha experimentado su obra no ha dejado de crecer. Con Las bailarinas muertas ganó el Premio Herralde en 1996, uno de los galardones que aún resiste al coqueteo infame con instagramer y famosetes, anteponiendo la calidad a las ventas. Pero la consagración llegó con El camino de los ingleses, libro que se alzó con el Premio Nadal, el mismo que inauguró Carmen Laforet, una novela original donde se sintetiza todo su estilo narrativo y que tan bien llevó al cine Antonio Banderas.

No es una casualidad el celebrado currículum de Antonio Soler. Es un escritor que arriesga. Y lo hace con una técnica compleja, en donde se mezclan las voces narrativas, los personajes y los tiempos. No hay una línea cronológica en sus obras, sino más bien una fragmentación absorbente, como si el lector que se acerca a sus libros encontrase un baúl lleno de fotografías viejas que tuviese que recomponer. La valentía de su escritura reside precisamente en emplear elementos vanguardistas que se empleaban hace un siglo en las grandes novelas de principios del Novecientos, como el Ulises de Joyce, El Castillo de Kafka o Mientras agonizo de Faulkner, pero que resultan novedosos y actuales a nuestros ojos. Leyendo sus obras el lector consigue mantener una especie de comunicación íntima con la tradición narrativa más experimental. Lo moderno bajo su escritura se torna comúnmente bello

ES EN SU ÚLTIMA NOVELA, Sur, publicada por Galaxia Gutenberg, donde el escritor malagueño eleva el nivel de exigencia de sus lectores. Sin duda, se trata de su obra más compleja, pero las dificultades se resuelven con una prosa sencilla y en muchas ocasiones cargada de lirismo. El argumento es múltiple y a la vez esencial. Durante sus páginas se suceden infinidad de historias, trasciende la vida y la muerte por unos personajes que comprenden todas las edades y estratos sociales, hacen el amor, fracasan en el territorio de lo desconocido, se infectan de heroína, persiguen sus sueños diarios y se bañan en el Mediterráneo con la misma armonía con la que sale y se pone el sol.

Es una novela multitudinaria porque la compone casi un centenar de personajes, todos ellos imprescindibles para tomar el pulso del mundo en el que sobreviven. Y la ciudad de Málaga emerge como testigo de todos y cada uno de los sentimientos y frustraciones, de los diálogos y las citas entre las sábanas. Amor, sexo, amistad, odio, desenfreno y muerte caben en las calles de una ciudad que no está idealizada, que se muestra tal y como es durante 24 horas de un día corriente, pero que adquiere carácter mitológico gracias precisamente a la normalidad de sus habitantes. No hay mayor logro en el estilo de un escritor que saber convertir lo cotidiano en legendario.

En este sentido, Antonio Soler homenajea Joyce y a Dolbin, dedicando una novela a una ciudad durante el transcurso de un día. Uno podría preguntarse si la urbe en la actualidad daría para tanto, pero el escritor andaluz nos descubre que todos los elementos que forman la ciudad pesan y son materia novelable. No ha plasmado una Málaga mitológica ni repleta de historias excepcionales. En Sur se muestra una ciudad de barriadas construidas en la época del boom y castigadas por el brutalismo estético, la metrópolis de los descampados, del calor aplastante con la llegada del verano, la de las gasolineras a las afueras, pero también la Málaga pegada a la costa, la de los delirios de grandeza, las felices horas de la tarde donde se descubre el mar y el sexo en una urbanización de lujo. Es el mejor homenaje que un escritor pueda celebrarle a una ciudad, porque de sus calles se desgrana a partes iguales el fracaso de la existencia y el erotismo. Los cuerpos pesan tanto en el papel que nos resultan familiares cuando salimos a la calle.

SE INICIA LA NOVELA con un guiño hacia el mayor contador de historias que ha tenido el siglo XX en español. Hablamos de García Márquez, por supuesto. En las primeras escenas de Sur un hombre es hallado en el suelo, inconsciente, con el cuerpo repleto de hormigas, como en el final de la saga de los Buendía en Cien años de soledad. Como un hilo que hermana ambas literaturas, el universo que construye Antonio Soler, carente de fantasía, duro y despiadado, también alcanza la suficiente autonomía como para caminar solo. Sus novelas, y no solo Sur, sino también El camino de los ingleses, respira una melancolía asfixiante.

El tiempo se escapa de las manos de los personajes y se transforman en ventanas abiertas que el lector asume como propias. Porque su escritura está tan cerca de los hechos cotidianos, del común diario, que en ocasiones uno sospecha estar leyendo no ya historias que le hubiese gustado vivir, sino escenas tomadas de la propia vida. Soler nos descubre una melancolía sin ropajes. Duelen los fracasos de sus personajes porque son parecidos a los nuestros. Sirven de vademécum existencial. La vida ¿cómo decirlo? Parece que se derrama por sus páginas.