Ciudadano Kane es posibes posiblemente el título sobre el que más se ha escrito en la historia del cine. Forma parte de ese selecto club de obras irrepetibles y tiene un lugar de referencia en la memoria de todos los cinéfilos. Este año se cumple el 80 aniversario de su estreno en el teatro Palace de Broadway y, lejos de ser una fuente agotada, cualquiera de sus aristas sigue generando extensos ríos de tinta.

La enésima tormenta la ha desatado David Fincher con Mank, su última película. En ella se cuenta el controvertido proceso de creación de Kane, una historia con pocas luces y demasiadas sombras. La polémica es de sobra conocida en el mundo cinematográfico. Todo arranca en 1971 con un artículo de Pauline Kael publicado en The New Yorker. La periodista argumentaba que el guion se debía a un trabajo prácticamente en solitario de Herman J. Mankiewicz en contra de la idea establecida que aseguraba una estrecha colaboración con Orson Wells. Se originó de este modo una guerra de dimensiones religiosas entre los defensores de una y otra idea. Si ustedes han visitado las secciones culturales de los periódicos y los programas de radio de las semanas pasadas estarán al tanto de los pormenores de este suceso.

Pero Mank, más allá de alimentar viejos debates, supone un oasis en mitad de ese desierto intransitable que es Netflix la mayor parte del año. Es una manera inmejorable de volver al Hollywood clásico, de hacernos una idea de cómo debió de ser aquella época dorada ya desaparecida. A medida que avanza la trama nos vamos adentrando en los grandes estudios y presenciamos una fiesta inacabada con los productores, escritores, directores y actores que hicieron posible algunas de las mejores maravillas del siglo XX.

Pese a estos atractivos, contemplo la película con cierta distancia. Los carnavales en las propiedades del magnate Hearst y los problemas con el alcohol de Mankiewicz a medida que completa su guion me dejan algo helado. No puedo evitar pensar en Ciudadano Kane y Mank termina por difuminarse. Recuerdo la insólita presencia de Orson Wells avanzando por la redacción de su periódico, el sonido de las máquinas de escribir, la colección de planos barrocos, las escenas desafinadas de la ópera y, finalmente, su soledad de mármol y chimeneas.

Qué duda cabe que se trata de uno de los templos del cine. Además, como comentó en cierta ocasión François Truffaut, tiene el enorme privilegio de haber iniciado a una gran cantidad de directores en el oficio. Su único problema ha sido la mitología que ha crecido a su alrededor. En algún momento los críticos perdieron la cabeza y comenzaron a enaltecerla en exceso. Fueron adjudicándole falsas invenciones y hoy en día resulta imposible acercarse a ella sin la pomposidad de sus etiquetas.

Ciudadano Kane no necesita ninguno de estos atributos para sobrevivir al olvido. Orson Wells demostró con tan solo 25 años tener un dominio absoluto del ritmo y del lenguaje cinematográfico. Su ópera prima es en realidad una extraordinaria recopilación de todo lo filmado hasta la fecha. En ella aparecen fragmentos de cine negro, de comedia, de terror, de melodrama, pero también se observan influencias europeas y ciertos toques musicales e incluso documentales. Sin dejar de lado el poder y sus consecuencias devastadoras, la gran materia de la que se nutre la película.

Charles Foster Kane comienza comprando un periódico y termina levantando un imperio. Llega a convertirse en el hombre más poderoso del planeta. Los últimos días de su vida los pasa caminando por las habitaciones de Xanadu, su palacio descomunal, rodeado de los objetos más hermosos del ancho mundo y viendo su rostro reflejado en sus múltiples espejos. Hasta que muere evocando a 'Rosebud', el trineo con el que jugaba de niño en las montañas nevadas de Colorado. Tal vez, el único momento en el que su felicidad fue plena.

Es demoledor asistir al fallecimiento de ese anciano tendiendo la mano a su infancia como si se tratase de la única salvación posible. Nadie ha conseguido hablar de la derrota frente al paso del tiempo con tanta solemnidad. Es muy posible que Orson Wells no escribiera el guion de su película (no debemos robarle ni una coma a Mankiewicz) pero hizo de Charles Foster Kane un ciudadano para la eternidad.