A ver de dónde saco hoy fuerzas para darle rienda a mi inspiración y escribir, como tenía pensado, sobre la importancia de la cultura y la fiesta, tanto para la salud del alma de cada cual y el buen funcionamiento de la maquinaria social, como para la buena marcha de la economía. En los últimos meses se ha puesto sobre la mesa la necesidad de apoyar al sector cultural y, de manera especial, a los espectáculos en directo, ante las restricciones y la paralización causada por los efectos de la pandemia que estamos sufriendo.

Vuelvo a insistir en nuestra ingenuidad al creer en esa convención de que, de un día a otro, cambiamos de año y parece que todo es un renacer ante un horizonte de esperanza, iluminado con buenos propósitos. Viene al caso lo que digo porque aquí tenemos ya que alguien nos está aporreando la puerta, sin piedad, con el pico de los contagios. No podemos huir, imposible escapar a ningún rincón del planeta. El momento más duro ha llegado y nos ha pillado de fiesta, que es ese gen que los españoles hemos inoculado al mundo.

Ni siquiera podemos pintar una señal en nuestra puerta para que pase de largo el fantasma exterminador. Solo nos queda encerrarnos y no salir hasta que esto escampe. Que el Señor nos pille confinados. He escuchado al presidente de la Región y a la alcaldesa de mi ciudad y tengo claro que casi todo lo que me interesa en esta vida vuelve a desaparecer, ocultarse, cerrarse o a estar en peligro de muerte.

que tropieza tres veces en la misma piedra, pues ya estamos en la tercera ola que, como un tsunami, nos va a arrasar si no somos, al menos, tan inteligentes como los animales, que huyen del peligro en estampida cuando le ven las orejas al lobo. Nosotros ya le hemos visto las orejas, el rabo, las fauces y las garras y, pese a ello, hemos creído que no iba con nosotros y que siempre le toca a los otros. El número de casos de infectados y el número de muertos, que ya era insostenible antes, ahora se ha desbordado tanto que ya no hay colegio, ni barrio, ni familia en donde no haya varios o muchos casos cercanos. En Cartagena, esta mañana han encontrado muerto de la covid-19 a un hombre en su coche, que esperaba para que le hicieran la prueba. Creo que es uno de los ejemplos más espeluznantes de que esto no es una broma.

Es cierto que es muy difícil gestionar una situación como la que estamos atravesando. En los primeros meses nos encontramos con enormes dificultades causadas por la falta de personal, medios y material de una sanidad que presumíamos como la mejor del mundo pero que estaba bajo mínimos por culpa de los recortes de gobiernos anteriores. Ha sido un camino largo, de sufrimiento compartido por la mayoría de la sociedad, de entrega ejemplar, hasta la extenuación, de los servidores públicos, sobre todo de los sanitarios a quienes salíamos a aplaudir al balcón todos los días a las 8 de la tarde. Al final, pese a que muchos negacionistas y una oposición inmoral y oportunista se dedicaron a poner palos en las ruedas, entre todos sacamos el carro del atolladero y pudimos volver a la calle. Había que salvar el verano como ahora había que salvar la Navidad.

Yo soy de los que piensa que es más importante la salud que la cultura y que la economía. Pero también creo que ni podemos vivir si perdemos lo que más nos hace humanos, ni podemos subsistir si no tenemos ingresos para mantenernos. Es una papeleta muy gorda la que tienen todas las administraciones locales, regionales y estatales de Europa y del mundo. Que por nadie pase. No envidio yo a quienes están al pie del timón, conduciendo esta nave a ciegas por un camino desconocido ante el que nunca antes la humanidad se había enfrentado con tanta decisión de vencer de manera conjunta y no de resignarse o de rezar a los dioses, como en otros siglos.

la agricultura, la producción, la economía en general, no pueden cerrarse definitivamente hasta que todo esto pase. Ya llevamos casi un año y tal vez nos espera otro hasta que todos los seres inteligentes del planeta se hayan vacunado. Por eso la única solución es ese equilibrio, imposible pero necesario, entre no hundir la economía, que generaría muerte y sufrimiento, y priorizar la salud que es lo que nos mantiene vivos. Podemos comprender los errores de los gobiernos en esta situación, errores que todos sabemos que ha habido, lo que es inaceptable es el uso partidista de esta pandemia. No soy de los que dicen aquello de que el tiempo deja a cada uno en su lugar o que, al final, triunfará la verdad y los malvados, insolidarios y oportunistas quedarán en evidencia. Aun estamos a tiempo de reconducir el barco si todas las administraciones y todos partidos se ponen a remar en la misma dirección y acabamos ya con el espectáculo de división que nos lleva al desastre.

Pero no saldremos de esta si no nos concienciamos de que todos los ladrillos de esta catedral son necesarios. Basta con quitar una simple piedra como la clave de un arco o de una bóveda y todo se viene abajo. En manos de los ciudadanos está: de ti y de mí, amigo lector. No quiero ahora echar en cara la irresponsabilidad de tantos desmadres esta Navidad, pero estamos cosechando lo que hemos sembrado. Mucha gente ha cumplido las normas que los responsables nos han indicado, pero hemos visto que mucha gente ha hecho de su capa un sayo, ha ido a lo suyo, se ha creído que esto no iba con ellos y han campado a sus anchas en fiestas privadas, por las calles o en algunos locales.

No, no tenemos lo que nos merecemos porque la inmensa mayoría, nuestros mayores, enfermos y gentes vulnerables no se merecen esto. Mucha gente ha renunciado a hacer vida familiar en estas fiestas pasadas mientras otros decían ´puto Gobierno dictador' y lo peor: muchos gobiernos autónomos y locales no se han atrevido hasta ahora, estando en su mano, a tomar decisiones más drásticas esperando a que las tomara el Gobierno de arriba y que cargase con el mochuelo de la impopularidad.