Es lo que más añoramos estos días y en muchos sentidos o ámbitos de los que nos afectan como ciudadanos.

Con las temperaturas marcando cotas bajo cero, la pandemia avanzando desbocada y los precios de la energía batiendo subidas, casualmente cuando más hay que hacer uso de ella para calentarnos, no es de extrañar que por ahora no le encontremos el lado optimista que parecía que nos traía este 2021.

Peor no se ha podido empezar. En parte por culpa nuestra al dejar crecer por tercera vez el monstruo del contagio y en parte por una meteorología que parece haber firmado una alianza con el coronavirus a fin de hacernos esta primera quincena del año más puñetera de lo que se podía esperar.

Es lógico pensar que en una par de semanas el paso de Filomena por nuestro país se quede en un gélido recuerdo bajo el epígrafe de ´temporal histórico', término tan sobado estos días en los medios.

Pero nos quedaremos con lo otro: la nueva anormalidad, capítulo tres. Porque sí. Porque lo sabíamos y nos lo habían advertido los expertos, algunos llegando al paroxismo. Nuestro comportamientos navideño, la ´navidemia' ya barruntada con el puente festivo de la Inmaculada iba a disparar los infectados, las hospitalizaciones y los fallecimientos por Covid-19.

Y porque las medidas restrictivas impuestas por los Gobiernos regionales, atenazados por dejar respirar malamente a la economía, han seguido como es lo tradicional a remolque de la evolución de la enfermedad. Siguen confundiendo las medidas paliativas que aplican con las preventivas que reclaman los que entienden de esto desde el punto de vista puramente sanitario.

Como tampoco se hace evaluación de lo planificado anteriormente, se repiten las mismas normas una y otra vez por mucho que su eficacia sea muy limitada.

Si exceptuamos lo apropiado del toque de queda, que es lo más parecido por una horas a un confinamiento domiciliario y a una restricción severa de la movilidad, cerrar los bares o confinar municipios tiene unos efectos muy relativos si no se acompaña de actuaciones sanitarias y sociales en los principales brotes locales.

Tenemos que asumir que la vacuna no terminará con la tercera ola de pandemia ni con la cuarta o la quinta que llegarán antes del verano. Para entonces, lo imprescindible es que los más débiles y los profesionales de los servicios públicos esenciales estén inmunizados. Cuando menos controlaremos las muertes y la presión hospitalaria hasta que algún día llegue el deshielo definitivo.