Hay pocas cosas que me convencen de Vox, pero desde luego hay una que me fascina. Hace un par de años escuché por primera vez a un dirigente, cuya identidad mi memoria ignora, definir el mejor término político del siglo XXI: ´cosmopaleto'.

Tal hermoso vocablo español tiene una definición muy precisa. A saber, retrata a aquellos ciudadanos que entienden que todo aquello que venga de fuera de España es, por definición, mejor y más válido que lo que ocurre aquí; lo por añadidura indica que cualquier comentario u opinión de un extranjero es automáticamente más valioso que los de un nacional.

Con este término en mente, intenten comprender un poco mejor los comentarios de nuestros tertulianos oficiales sobre lo ocurrido en el Capitolio la semana pasada. Entre rasgamientos de vestiduras y odas a la destrucción de la más profunda democracia del mundo, los periodistas patrios llevan días describiéndonos un escenario en el que poco más o menos que hay un escándalo internacional del que Occidente no se va a recuperar jamás. Después de miles de series de televisión y películas sobre el asalto a la Casa Blanca, liderados por terroristas equipados con las más altas tecnologías, el comienzo de 2021 nos ha abierto la luz sobre cómo tambalear las instituciones de la capital del mundo libre: entrando por la puerta disfrazado de cowboy y robando el atril de la presidenta de la Cámara a golpe de flash. Qué cutre es la revolución.

En España estamos consternados con la noticia. Que cientos de personas hayan entrado al Congreso de los Estados Unidos es una afrenta para sus vidas, pero que políticos españoles hayan subvertido el orden constitucional aplastando los derechos de los ciudadanos a golpe de decretos ilegales es una minucia apenas reseñable. Que el presidente de Estados Unidos llame a sus supremacistas ´bellísimas personas' es una escándalo que merece la suspensión definitiva de sus perfiles en todas las redes sociales habidas y por haber, pero que el presidente de Comunidad Autónoma de Cataluña le diga a sus terroristas locales, xenófobos como nadie, que ´aprieten' en el mayor llamado a la violencia que se haya visto en una democracia no bananera debe ser, a ojos de nuestros cosmopaletos nacionales, una chiquillada amparada por la libertad de expresión.

Sobre que haya lágrimas en pueblos de Cuenca por el inmenso paso que hemos dado las mujeres en pos de la igualdad de género con el nombramiento de Kamala Harris, pero la mayoría de adolescentes ignoren quién es María Teresa Fernández De la Vega, pues si quieren ya lloramos otro día, que con lo anterior no queda vergüenza a la que apelar.

Estados Unidos es un país fascinante, al igual que lo es Francia, Reino Unido u Holanda. Pero esa fascinación no puede hacernos obviar que los ciudadanos de esos territorios no son más inteligentes que nosotros, ni su opinión vale más que la nuestra, ni sus afrentas a la democracia son más graves que las que nos profieren a nosotros, ni sus avances tienen más calado que los que llevamos años conquistando aquí sin que nos llame ni mínimamente la atención.

Mientras el fascista de Trump nos haga olvidar al comunista de Pablo Iglesias poco futuro nos espera como nación seria. Otra cosa es que nos guste el peloteo, pero sobre esa forma especial de cosmopaletismo hablamos la semana que viene.