En noviembre pasado recordé brevemente en sendos estiajes algunos aspectos significativos de la historia política y social de los USA, y su influencia en el largo „y en esta ocasión, también especialmente polémico„ proceso de elecciones presidenciales. «Veremos si al final acaba yéndose, y cómo€», decía al final de la segunda de aquellas columnas (olvidando quizás la paradoja del lenguaje, por la que al expresar lo que tememos estamos ya dándole carta de naturaleza) y constataba hasta qué punto me parecía que la concurrencia de varias de estas pequeñas fallas sin aparente importancia, con un peligroso gerontoplutócrata ´outsider' como Trump al frente „luchando además por la reelección„ podía llegar a poner en riesgo el sistema en su totalidad.

Pues ya hemos podido ver que en absoluto fanfarroneaba. El pasado miércoles 6 se reunían en sesión conjunta Senado y Cámara de Representantes para ratificar la victoria de Biden por 306 votos electorales contra 232, y esa misma mañana „sólo 14 días del traspaso de poderes„ Trump no dudó en llevar hasta el final sus bravuconadas y su matonería pendenciera: en un mitin ante la Casa Blanca, al mismo tiempo que instaba a los legisladores republicanos a objetar los resultados, y a su propio vicepresidente a devolverlos, soliviantaba y arengaba por enésima vez a una turba de miles de sus fanáticos seguidores con la monserga del robo electoral, exhortándoles a encaminarse al Capitolio para «parar el robo».

En uno de sus seminales e imprescindibles Pequeños poemas en prosa (XIX, El jugador generoso) recurre Baudelaire a la pirueta de la triple cita para hacer decir al protagonista lo que el diablo le dijo que le había oído decir a un cura en su sermón (traduzco algo sintéticamente, y omito las frases con el femenino ´elle', que en ese párrafo corresponde a ´Son Altesse', Su Alteza): «[el diablo] no se quejaba en modo alguno de la mala reputación de que goza en todas partes [€] y me confesó que, respecto a su propio poder, había tenido miedo sólo una vez, el día que había oído a un predicador, más sutil que sus colegas, exclamar desde un pulpito: ´Hermanos míos, ¡no olvidéis nunca cuando oigáis alabar el progreso de las luces, que la más hermosa artimaña del diablo es persuadiros de que no existe!'». Esta frase final, que muchos recuerdan de Sospechosos habituales (película de culto del hoy caído en desgracia Bryan Singer) puede y debe entenderse en el sentido más amplio de que cualquier mal imaginable puede llegar o reaparecer con fuerza si lo damos equivocadamente por erradicado, o si „peor aún„ de un modo u otro logra convencernos de su inexistencia. Estados Unidos lo está comprobando ahora. ¿Serán capaces de actuar en consecuencia...?