Los fenómenos de convergencia, como llamamos mi amigo Pedro Caballero y yo a los momentos en los que algo llama a nuestra actualidad agolpándose a la vez desde diferentes lugares, personas, instantes, son como péndulos que vienen y van en la vida, que van dejando poso y que en algunos momentos se chocan y hacen brillar conocimiento, experiencia, sentimientos. Con Gerald Durrell ha pasado. De repente se han unido diferentes posos de circunstancias, aderezados por ese componente que se nos escapa a todos y que tiene la capacidad de modelar lo que vamos siendo. En cada momento las cosas se ven de forma diferente y siempre hay un algo que nos deja aprender un poquito más. Y entonces pasa. Ves algo claro, una idea, una forma abstracta de conocimiento. Como si hubiera estado ahí siempre, percibido, pero sabiendo que jamás serás capaz de verlo por completo.

Irse a Corfú a iniciar una nueva vida con tu familia a principios del siglo XX ya no es posible. Tenemos un móvil con el que podemos hacer de todo, pero ya no podemos irnos a Corfú a vivir una aventura en los años treinta. Hace no mucho escribí un artículo que se llamaba Funafuti. Funafuti es una isla perdida en el pacífico. Aquello era un canto al irse a Corfú de los Durrell, más o menos. Lo escribí con verdad, porque seguro que hay alguien por ahí que haya hecho un Funafuti en pleno siglo XXI. Pero hacerlo ahora es imposible que sea como hacer un Corfú, como nos cuenta Gerald Durrell en Mi familia y otros animales, lectura que me recomendó Aurora miles de veces, y que afronto ahora, fuera de tiempo, quizás, o en el suyo justo, también quizás. Somos, también, lo que leemos. Y sí, Aurora absorbió naturalidad del viaje a Corfú de los Durrell, y es posible que sea bueno que yo caiga en la cuenta ahora.

No es pesimismo, ni nostalgia. Eso que me enseñó Oliva durante los cuatro años de carrera en Pamplona era el sistema de los péndulos. La imposibilidad de solo dejarse llevar. La maravilla que es dejar que todo se mueva para mecerse con el destino, pero sabiéndolo. Cuando leo sus columnas de Mondo Moyano las sitúo perfectamente ahí. Y le veo capitán moviéndose entre los péndulos con la maestría de los grandes. A pesar de que todo es como es, hay esperanza, siempre. Así empezamos este 2021, mirando un poco hacia adentro. Qué necesario es saber hacerlo, aunque nunca se esté del todo seguro de nada, es importante estar seguro de eso mismo, y verlo en Guille, un chaval de 12 años que tiene todo por delante ofrece una perspectiva que te hace explotar delante de ti tantas cosas que nunca entendiste cuando miras ahí, donde aún tienes 12 años y tu madre te dejaba libros en tu habitación que no leías. También somos lo que no hacemos. Y no, no me he ido a Corfú. Ni a Funafuti. Pero he aprendido a ver esa perspectiva con la que enseñar a Guille a navegar entre los péndulos. A que sea él, a que haga y no haga. Vale.