Hoy hago mi crónica desde el Noroeste de la Región, en un hermoso Archivel recubierto por el radiante manto de una nieve que no para de caer. Nos hemos tomado, por fin, unos días de desconexión del mundanal ruido y de la pandemia, para retomar fuerzas y comenzar el año con las pilas cargadas, que falta hacía. La casa, de unos familiares, es cómoda y caliente y esta mañana hemos ido al horno y a la tienda para comprar lo necesario por si el temporal Filomena no nos deja salir en unos días. Ayer pasamos una estupenda jornada de Reyes, de ruta por sierras y caseríos, por la tarde encontramos donde comernos un trozo del tradicional roscón. Todo iba muy bien, pero lo malo vino por la noche.

En un rato de sofá y manta, al enchufar la televisión vimos en directo lo que estaba pasando en el Capitolio de Estados Unidos. Al final, en esta aldea global que es el mundo hoy día, no te puedes sustraer, ni en un retiro rural, de lo que pasa en ningún lado, y menos en una de las capitales del imperio. Por mucho que lo acaecido nos parezca increíble, como un mal sueño, la verdad es que todo esto se veía venir. Estamos ante la guinda explosiva que colma el pastelón venenoso que nos hemos ido tragando en la presidencia de un impresentable, mentiroso y peligroso dirigente populista aliado con la ultraderecha de su país.

Uno no puede refugiarse ni en un pueblecito para escapar de lo que pasa. Nuestro planeta es como un cuerpo enfermo y cada miembro condolido nos duele a todos. Además, por aquí también tenemos demasiados admiradores del trumpismo, de esas políticas de quienes dicen que «todos los políticos son iguales» pero que ellos son «salvadores» y «gestores» como fantásticos «empresarios'». Luego resulta que sus desatinos se basan en inocular odio a la inteligencia, a la cultura, a las reglas democráticas, a los semejantes y a los distintos y a los del municipio, región o país vecino. Se envuelven en banderas, como esos energúmenos que han asaltado el Capitolio, y en nombre del ´patriotismo' no tienen ningún reparo en hacer saltar, si es necesario, todo por los aires, pasando como una apisonadora por encima de lo más sagrado, de lo que nos une a los diferentes y, especialmente, por encima de los débiles y, sobre todo, de los pobres, porque hasta los denostados inmigrantes solo se aceptan si no son pobres. Esta es su demente deshumanización que se postra ante el poderoso y el egoísta, pero que humilla y machaca al necesitado.

Escribo hoy muy preocupado por esta situación, la verdad, aunque se haya logrado contener el intento de golpe de Estado promovido y azuzado por el impresentable presidente saliente. Se va a lograr la investidura del presidente electo Biden y son de agradecer todas las muestras de distanciamiento de Trump de muchos dirigentes de su partido republicano y de anteriores presidentes y vicepresidentes de ambos partidos. Pero el futuro va a ser muy complicado e incierto, y coser a una sociedad totalmente polarizada será una tarea tan urgente como tal vez imposible. Lo peor del mandato de Trump es su legado, porque lo único que ha hecho bien ha sido inocular, sin vergüenza, el virus de lo irracional, del odio y del salvaje «contra el enemigo todo vale» y «cada uno a lo suyo, caiga quien caiga». No podemos sorprendernos ahora cuando ya lo veíamos venir. Han sido unos años de permitir a la fiera que se fuera saltando, uno a uno, todos los límites y finalmente han venido a por todos nosotros. Sí, vienen a por nosotros, los tenemos aquí y aún no les hemos derrotado.

En nuestro mundo de privilegios, bienestar y derechos conquistados por generaciones anteriores, la democracia no es un anhelo sino una costumbre que ya no valoramos como un tesoro, mientras que le ponemos faltas, no para mejorarla día a día, sino para culpabilizarla y denostarla, para echarle la culpa de todo lo que no nos conviene reconocer como responsabilidad de todos o de lo causado por los poderes fácticos, que tan bien disimulan calentándonos contra los chivos expiatorios de siempre.

Lo que pase en los Estados Unidos nos afectará, sin la menor duda, a nuestra vida cotidiana y a nuestro futuro, sobre todo si aquí tenemos a quienes siguen, -de pe a pa, el catecismo de la división y las recetas del trumpismo. ¿No os suena todo eso de no acatar el resultado electoral y de calificar a un gobierno elegido por mayoría como «gobierno ilegítimo»? ¿No os suena toda esa parafernalia de liarse en banderas para declarar a los otros como enemigos o antipatriotas? ¿No os suena la campaña de criminalizar a quienes tienen otras ideas, han nacido en otro lugar, hablan otro idioma, tienen otra religión u otro color de piel? Lo que ahora pasa en USA es solo una batalla de una guerra en la que ya estamos inmersos. Vendrán más batallas, algunas hasta la misma puerta de nuestras casas, y hemos de estar preparados para una respuesta pacífica y democrática pero contundente.

Es una ingenuidad pensar que la fortaleza de la democracia todo lo puede. De la historia hemos aprendido que grandes imperios han caído, con todas sus leyes, a manos de hordas llenas de odio, fanatismo, ambición, ignorancia y rencor. Nada de lo que disfrutamos es para siempre y esta lección valió para el imperio egipcio, romano o español, para la URSS, para Siria y puede valer para nuestras sociedades democráticas europeas. Hay que ponerle freno con urgencia al ascenso de los populismos, los nacionalismos, el supremacismo, el fanatismo religioso, la dictadura del mercado y el ansia depredadora sobre los recursos del planeta. Nos va la continuidad como especie en ello y cada segundo que pasa es demasiado tarde.

Estamos a principios de año y le hemos pedido a los Magos de Oriente nuestros mejores deseos para todos, pero lo que ha pasado en el Capitolio nos hace pisar tierra y ser conscientes de que no nos la van a dar hecho. La democracia tiene sus normas, que no puede saltarse sin sucumbir como tal. Existe la tentación de usar atajos para enfrentarse a quienes quieren destruirla, pero la democracia es frágil y de ahí viene su fortaleza. Esta fragilidad significa que puede romperse y hay que cuidarla, pero no que debamos mirar a otro lado ante el ascenso de los que tergiversan la verdad para inocular terraplanismo y odio, saltándose todas las leyes que dicen defender.