En el periódico más leído -desgraciadamente- de este país hubo un artículo hace unos días que casi me hace pedir la nacionalidad belga por la vía de urgencia. Un supuesto experto en pedagogía, psicología y victimología (la ciencia encargada de aprender a hacerse la víctima, claro) decía que educamos a nuestros hijos de una manera terrible.

En el grupo Prisa tienen una cierta obsesión con echarnos la bronca por absolutamente todo: dormimos mal, comemos mal, trabajamos mal, disfrutamos mal, respiramos mal y, cómo no, si no veneramos al amado líder Pedro pensamos incluso peor. Los becarios recién graduados que trabajan en la Ser por menos de 1.000 euros al mes saben más sobre la vida que tú, claro, porque a ellos les explotan, pero con glamour.

Volviendo al artículo en cuestión, el medio que lo publicó lo resumía en un tuit de la siguiente forma: «Preguntar ´¿te has portado bien este año?' a los niños es un mecanismo puro de adiestramiento. Nos centramos tanto en su comportamiento y en su rendimiento académico que nos olvidamos de ellos. No vemos a la persona, vemos sólo su conducta».

No sé ni por dónde empezar. Entender que los niños son idiotas sin solución no es ayudarles. Compadecerse de ellos, menos aún.

Ojalá todos los niños nacieran siendo Einstein, tocando el piano como Mozart y siendo un Rafa Nadal en potencia. Como todos sabemos que esto no ocurre, y entendiendo que las familias en general desean que el día de mañana sus hijos puedan ganarse la vida sin subvención ni renta de inserción, tenemos dos alternativas ante la opción de tener un niño que no sea un genio.

Una de ellas es hacerle caso al artículo de El País, y entender que mientras nos enfocamos en los fracasos del chaval como estudiante estamos obviando que es una bellísima persona. Esta alternativa es estupenda si queremos que el niño no se frustre durante los próximos cinco minutos, que según los medios progresistas debe compensar el hecho de que el chico sea un completo inútil en lo que le resta de existencia. Si aceptamos como válida esta teoría, en primer lugar debemos asumir que pensamos que nuestro hijo es un zoquete sin solución, puesto que en vez de curar su ignorancia nos estamos limitando a darle cuidados paliativos a su carencia absoluta de conocimiento. Está bien asumir el fracaso como progenitor desde el principio, pero las frustraciones personales proyectadas no deberían empañar el futuro de las nuevas generaciones.

La otra vía será la tradicional, la que no recomiendan en Prisa. La de entender que si tu vástago tiene problemas en el colegio no es porque vaya a ser un indigente intelectual toda su vida, sino porque probablemente no se esfuerce lo suficiente o necesite más apoyo del colegio o de casa para poder tener el rendimiento que corresponde.

Reñir a un niño porque no está dando lo mejor de sí mismo no es ser un mal padre, es entender que si queremos que nuestra criatura sea algo el día de mañana va a tener que esforzarse para conseguirlo. Porque, al contrario de lo que creen los medios que difunden estas tonterías, que tu hijo sea tonto y lo quieras perpetuar como tal no va a hacer que el resto de niños dejen de desarrollarse y sean cada día más listos. Si hoy un chaval tiene 1 de conocimiento y los demás 5, decirle al que va algo retrasado que no hace falta que se esfuerce porque «lo importante está en el interior» no va a hacer que los demás niños se acerquen a su nivel, sino, más bien al contrario, acrecentará esa separación hasta que el chaval cuyos padres piensan que es tonto sin remedio seguirá sabiendo 1 y el resto estará ya en 20.

Hay una ristra de personas bienintencionadas que están construyendo una generación de mediocres sin tolerancia alguna a la frustración que van a ser completamente insoportables. Cuando ni siquiera les contraten en El País, a ver cómo lo superan.