Recostada en un sofá prácticamente por estrenar en nuestro futuro salón, aún en construcción, y frente a la chimenea escribo el que será el último artículo del año. Tengo a mi hijo delante de mí, dormido, tras casi una hora de paseos. Disfruto de este momento tranquilo, de sosiego, tan escasos últimamente en mi vida. Aquí vamos a despedir el año. Sería estupendo hacerlo el Viena, en Berlín, brindando en la puerta de Brandemburgo o, incluso, en el excesivo Londres, comentaba hoy con ´El hombre del Renacimiento' cuando veníamos de camino en el coche. Pero saben qué les digo: hacerlo aquí es maravilloso. Simplemente genial. Este espacio encarna muchos de nuestros anhelos, aspiraciones y sueños (no solo para el 2021) y estar aquí en estos momentos apuntala nuestras voluntades y da alas a esos deseos.

También durante el trayecto, él me confesaba que, pese a que soy una persona proporcionadamente optimista (quien me conoce lo sabe), en los últimos días me encontraba algo renegona y repitiendo algunas quejas en forma de mantra que poco me ayudaban a estar en calma. Y aunque considero que cierta dosis de lamento y protesta puede ser sanadora, no me resulta agradable reconocerme en esos términos. Sé que tiene razón. Últimamente ando cansada y, como muchas sabréis, no es sencillo compaginar familia, casa y trabajo, y, menos aún, cuando la autoexigencia es máxima. Pero la pesadumbre y la tortura, tras lo que llevamos pasado, deben ser relativas y, por lo tanto, mínimas en estos instantes. Seguramente, éste no haya sido mi año; seguramente, tampoco el vuestro, pero no dejemos huecos abiertos ni hendiduras al desánimo y al desconsuelo; porque la aflicción se cuela en el alma, la habita, y, muchas veces, la deja enferma sin remedio.

Hace apenas un año que fantaseábamos con sentarnos al calor de este fuego en el espacio que por aquel entonces era poco más que un destartalado altillo. La transformación, evidentemente, no ha venido sin esfuerzo. Si pienso en lo que aún queda, a veces, me falta el aliento. Sin embargo, si echo la vista atrás y recuerdo es difícil creer en lo que se ha convertido aquel cobertizo con un tejado lleno de goteras y agujeros en el suelo. Aunque son tiempos difíciles y la vida arrecie como un temporal filtrando el agua por nuestros techos, no olvidemos que la luz también puede entrar por esos mismos huecos. El 2020 ha sido tremendo pero, para bien o para mal, ninguno de esos momentos volverá. Aspiremos solo a un propósito este año nuevo: recuperar el ardor por vivir y el empeño necesario para alcanzar nuestros deseos.