Como todos los años, el discurso del Rey era esperado con interés por unos, con indiferencia por otros, y con la escopeta montada por una parte de los políticos que, diga lo que diga el monarca, nunca será bien visto porque lo que ellos pretenden, con lo que sueñan, lo que piden al destino en la entrada de cada año, es la desaparición de la monarquía.

Así es que, que esa parte de la izquierda suelte todo su vocerío en contra del discurso del Rey es lo normal; lo extraño sería lo contrario. Tan extraño como que un partido en el que sus representantes en el Ejecutivo dijeron en su toma de posesión eso de «prometo por mi conciencia y honor cumplir fielmente las obligaciones del cargo de vicepresidente segundo del Gobierno y ministro de Derechos Sociales y Agenda 2030, con lealtad al rey, guardar y hacer guardar la Constitución como norma fundamental del Estado, así como mantener el secreto de las deliberaciones del Consejo de Ministros y Ministras», puedan ensuciar tanto el sistema que nos dimos. Porque sí, Iglesias también prometía su cargo diciendo eso de ´por su conciencia y honor', con ´lealtad al Rey, guardar y hacer guardar la Constitución'. Lo hizo, lo vimos todos.

Pablo Iglesias soltó a sus voceros tras el discurso del Rey, para que dijeran barbaridades como las pronunciadas por el portavoz y Secretario de Relación con la Sociedad Civil y Movimientos Sociales de Podemos, Rafa Mayoral, que cargó zafiamente contra el discurso navideño del Rey, Felipe VI, diciendo exabruptos como «hay una pregunta que sigue sin responderse: ¿es la institución monárquica una herramienta idónea para delinquir?», interpelando así ha al jefe del Estado sobre la no referencia explícita al anterior, Juan Carlos I.

Imposible imaginarse en otro país europeo cosas por el estilo de partidos que forman parte del Gobierno. Como seria imposible que alguien, como el hispano-argentino Pablo Echenique, con alguna que otra cosita suelta por ahí sobre corruptelillas, se atreviera a dar clases de honradez y buena conducta al Rey, diciendo en su cuenta de Twitter que «podría haber condenado explícitamente las actividades corruptas de Juan Carlos I y su evasión fiscal» poniendo en evidencia que este hombre no aprende (fue sentenciado por acusaciones falsas).

Y el colmo de las voces que han arremetido contra el discurso del Rey nos llegó del independentismo catalán. Así, mientras que el vicepresidente Pere Aragonés apuntaba cosas como que «tuvimos que aguantar que una monarquía salpicada por la corrupción nos hablaba de ética» (jamás oí a este señor mencionar los desmanes económicos de la familia Pujol), la portavoz de JxCat en el Congreso, Laura Borràs, en Twitter escribía: «"El hijo del rey (d)emérito ha osado hacer mención a principios democráticos, principios morales y éticos y de coherencia con sus convicciones y ni se ha sonrojado». Y esto lo dice, sin sonrojarse ella tampoco, cuando fue llamada a declarar por el Tribunal Supremo como imputada por el supuesto amaño de contratos cuando estuvo al frente del Instituto de las Letras Catalanas. Cinismo se llama esto, y ya está bien de superioridad moral del independentismo, cuando la Oficina Antifraude de Cataluña ha detectado ´irregularidades' en adjudicaciones llevadas a cabo por el ayuntamiento de Girona entre los años 2011 y 2014: alcaldía de Carles Puigdemont.

Por cierto, según una encuesta publicada hace unos días por La Sexta (no es una televisión vendida a la monarquía, que sepamos), un 54,3% de españoles apoyaría la monarquía constitucional en un hipotético referéndum, frente al 30,3% que haría lo propio con la república, lo que supondría un desplome de un 13,5% de los partidarios de prescindir de la figura del Rey. Seguramente los que se han manifestado a favor de la monarquía han sentido el mismo pavor que yo, al pensar en según qué posibles presidentes, de una hipotética república: no es para menos, ante este panorama político.