El lunes de la pasada semana volvió a ocurrir el hecho cósmico que se repite durante millones de años: el cambio de solsticio. En nuestro hemisferio, la luz del día comienza a ganarle espacio a la oscuridad de la noche. Y eso, el ser humano lo ha convertido en rito. El problema es que el común de la sociedad ignora lo que de falso o verdad hay en eso. Le concede importancia al rito, no al significado del rito. Cree en la costumbre, no en la historia. Y la costumbre última es nuestra Navidad reciente (folklore, consumismo y hedonismo) que, aunque decimos que es cultura, solo es una pequeña parte de esa misma cultura. Y encima, mal entendida y peor comprendida.

El rito primario reside en el ancestral rito agrario: la muerte y resurrección de la semilla. Muere al acabar el otoño y prepara su resurrección en primavera en forma de frutos Todo un ritual donde se celebra, en vivo, la riqueza que la tierra que, en su fertilidad, comparte con el hombre. Hay un muy viejo dicho: en otoño, la sementera; en invierno, la espera, y la cosecha para primavera€

Y terminada la sementera, los primitivos romanos, hoscos y etruscos, que eran pueblos labradores, celebraban esas mismas fiestas, que llamaban saturnales (al estar dedicadas al dios Saturno) por el nacimiento y triunfo de la luz que hará madurar los frutos del los que se mantenían aquellas primitivas (y todas, a pesar de todo) sociedades. Y lo hacían en comidas familiares, a las que incorporaban a sus esclavos, y los trataban y regalaban como a sí mismos. E intercambiaban regalos de frutos, viandas, dulces caseros y pequeñas figurillas cocidas en barro que compraban en mercadillos montados en el foro y representaban a los oficios de entonces: pastores, labradores, carpinteros. ¿A que les suena a cercano?

Con el transcurso del tiempo, Roma, ya imperio, incluyó las saturnales en los cultos a Mitra, un dios persa, el de la luz y la sabiduría, que había nacido de una vírgen por cierto, y que, al igual que la semilla, tenía que morir para poder resucitar en todo su esplendor (el fruto) de una nueva vida. El imperio romano, muy cuco (esto hizo con toda religión aparecida en sus dominios, incluida la católica) se limitó a fusionar asimilando.

Y es precisamente este ancestral rito a lo que los cristianos, que asimilados por los romanos aprendimos a asimilar, lo fusionamos, y conocemos y llamamos Navidad. Hemos extrapolado los significados de los nombres con el fondo, a fin de mimetizarnos a ellos desplazándolos, borrando la saturnales. Aún no respetando fecha alguna. Porque Navidad significa natividad, no muerte, por lo que el buen sentido dicta que ese nacimiento de Jesús (el fruto) debiéramos celebrarlo en primavera y no a principios del invierno. O sea, lo hemos hecho al revés: en vez de disfrazar a Mitra de Jesús, hemos vestido a Jesús de Mitra.

Pero bueno, la ignorancia es una capa que todo lo tapa, aun a riesgo de que modelemos culturas basadas en la incultura de la gente. ¿A quiénes pueden interesar todas estas verdades? ¿y a quiénes pueden interesar todas esas mentiras? Pues que cada cual, o cada cuala, guarde las suyas (verdades y mentiras) en el general de la generala. Y justo eso es lo que hemos hecho. Que hemos hecho un cocimiento del conocimiento.

Luego, después, un poco más tarde, en el arranque del trabajoso y oscuro camino de la Estrella Sol hacia la primavera, en los primeros días del crudo Enero, los buscadores del tiempo descubren que, en el cielo de la media tarde, comienza a demorarse, como una señal, una luz dorada, como un tenue aviso, como una Epifanía. Son las primeras manifestaciones de la estrella Sol anunciando la prima-veritas, la primera verdad, la primavera. Lo que convierte a los caminantes en magos portadores de la buena nueva: pan, y con el pan paz, para los hombres que trabajan la tierra en su buena voluntad€

El milagro y los regalos son los deshielos de las montañas, que en ríos corren a fertilizar las huertas; la savia que brinca en los árboles y las plantas; en las flores que estallan en frutos; en la vida que bulle, pujante, bajo y sobre la tierra. Nuestras saturnales cristianas, amigos míos, al contrario de lo que creemos que hacemos, deberían comenzar con los Reyes Magos, y no terminar en ellos.

Y, sobre todo, deberíamos honrar la sabiduría que le otorga la verdadera, y auténtica, y mágica dimensión, a lo que realmente significa la genuina navidad cristiana. Miren, yo estoy seguro, pero muy seguro, de que si Jesucristo anduviera aún por los belenes de esta tierra, se apuntaría a esta Navidad, antes, mucho antes, que a la nuestra.

Fijo.