Aparece una niña de nueve años en television, en un magazine de sábado por la tarde, acompañada por su madre. La niña cuenta su experiencia con mucha soltura: «Yo he nacido en un cuerpo equivocado», dice. La madre asiente emocionada, las personas que hay en el plató sacuden afirmativamente la cabeza. Resulta doloroso oír a una criatura decir que su cuerpo está equivocado. Lo que se saca en claro del relato es que a la niña no le gusta el fútbol, prefiere las muñecas, la purpurina, el rosa, jugar con otras niñas. ¿Significa eso que ha nacido en un cuerpo equivocado? ¿es consciente todo el mundo de la dureza de esa afirmación?

¿Existen los cuerpos equivocados? ¿O lo equivocado es una sociedad que problematiza la disidencia frente al rol de género asignado? Una sociedad que produce una híper determinación de género y en la que al individuo que no se ajusta a uno de los moldes se le ofrece la solución hormonal o quirúrgica para transitar al otro. Una sociedad heteropatriarcal que solo reconoce dos orillas, como dos trincheras.

Las personas problematizadas con el papel que se les ha asignado de forma arbitraria, en lugar de señalar a un modelo cruelmente estricto en el reparto de los roles señalan a su cuerpo como erróneo. Con ello no hacen más que reafirmar el poder del ideario que les oprime. Sería como si un negro, en lugar de luchar contra el racismo, se tiñera de blanco para solventar la tensión opresora contra él.

Una criatura nace con vulva e inmediatamente se le asigna una personalidad femenina. La construcción de esa personalidad no es aleatoria, no la decide el individuo ni la decide la familia. La construcción de esa personalidad viene prefijada por el sistema dominante emanado de una estructura de poder que se basa en el binarismo físico de los sexos y que ha decidido que los individuos que nacen con pene adquieran todas las prerrogativas sociales y que los individuos que nacen con vulva estén en un segundo plano con respecto a los anteriores; ese sistema se llama patriarcado, un sistema que forma parte del tejido social de un modo tan profundo y sutil que se hace invisible.

El feminismo radical siempre ha afirmado que si nazco con sexo biológico de mujer, entonces se me asignará una personalidad femenina (eso es el género). Por eso decía Simone de Beauvoir: «No se nace mujer, se llega a serlo». El feminismo siempre ha luchado contra el hecho de que esa asignación determine el destino de la mitad de la población del planeta, determine el destino de las mujeres como ciudadanos de segunda. El feminismo siempre ha luchado por la destrucción del género como elemento determinante y opresor.

Las nuevas teorías afirman que si un individuo piensa y siente que es mujer entonces ya es mujer. Defienden que cada individuo decida de forma individual lo que quiere ser: hombre, mujer, mariposa o unicornio. Pero eluden la parte en la que el significado de ser mujer u hombre es decidido por el patriarcado. Por ese motivo estas teorías contribuyen a la difuminación de ese sistema opresor.

Se parte de una base errónea y se llega a un punto de absurdo tal que términos como mujer, menstruación, hermana, incluso madre resultan ofensivos y tránsfobos. Curiosamente con los términos hombre, hermano o padre no parece haber conflicto.

No hay lucha política que se sostenga sobre identidades y sujetos fluidos. No hay lucha política que se sostenga sobre individualidades. La cuestión se divide de forma superficial y errónea en: nazco mujer, por tanto tengo personalidad femenina o bien nazco con personalidad femenina, por tanto soy mujer. Pero la disyuntiva está mal planteada porque ignora el paso previo: la personalidad de mujer y de hombre, el género, no viene definido por cada individuo sino por el patriarcado y es contra esa asignación arbitraria basada en lo biológico contra lo que lucha y ha luchado siempre el feminismo.