Una de las frases que me hace eco este fin de año es la que leí hace unos días en referencia a aquellos aplausos de las ocho. Decía quien escribía que aquel aplauso no era solo para lo sanitarios, era también para cada uno de los que salía a los balcones. Cierto. Cierto porque todos en ese ratito teníamos la posibilidad de alimentar nuestra vena egoísta, porque la tenemos y hay que dejarla salir. Pobre de aquel que no la deje fluir, porque envenena. Yo salía, buscaba las caras de unos vecinos que no conocía y aplaudía, aplaudía mientras me apetecía. Mi gata también, pero sin aplauso. Ella asomaba el bigotín y después escapaba de las palmadas, quizás por aquello de que le pudiera tocar de cerca alguna. Así se pasaban los días: teletrabajando y aplaudiendo. Ella creciendo y maullando. Pues sí, se ha convertido en la frase de mi año, y ahora a buscar la del 21. A nadie se le escapa que todos albergamos un sueño en común y el mío no pasa por el de volver a la normalidad; yo lo que deseo, para mí y para quienes me rodean, es ser feliz. Complicado, pero n0 imposible. Vamos a por ello.