Es consustancial al ser humano hacer balance ante todo aquello que se percibe o intuye como un final. Para evitar el vértigo de un tiempo lineal cuyos límites nos resultan imprecisos nos regimos por ciclos, porque somos mortales y sabemos que la eternidad es un concepto filosófico tan abstracto que es difícil de aprehender. Por eso entre los antiguos griegos eran tan frecuentes los mitos cíclicos, que trataban de dar respuesta y razón a las causas de lo que se observaba que respondía a un patrón circular.

El fin de año es un momento propicio para echar la vista atrás y reflexionar sobre lo vivido, y al mismo tiempo confiar en que podremos alcanzar las metas que no se cumplieron, o planificar nuevos proyectos en un intento de hacernos dueños no solo de nuestra voluntad sino también del devenir.

En un año tan aciago como el que aún estamos viviendo, y a sabiendas de que no será muy distinto el comienzo del 21 (yo diría que seguramente toda su primera mitad) y que las dificultades se prolongarán durante un tiempo, el anuncio de la esperada vacuna nos alivia en parte a quienes creemos en el papel de la ciencia médica para erradicar enfermedades o ayudar al cuerpo a superarlas sin morir en el intento (sobre todo las personas más vulnerables por la edad o por estar aquejados de enfermedades previas), mientras por otro lado las noticias de nuevas y más virulentas cepas son el jarro de agua fría que no permite ver un panorama tan esperanzador como quisiéramos. Hoy, día de San Esteban, tenemos aún cinco días por delante antes de que este annus horribilis toque a su fin.

Pienso en la ilusión con la que lo inicié, y se me figura que esa ilusión era compartida por muchos por tratarse de una nueva década que se comparaba con la de hace un siglo, los felices años 20, aunque no lo fueran tanto como pueda hacer suponer tan optimista denominación. Pero ya comenzó con mal pie, porque supimos en sus primeros días que en un lugar muy lejano un virus había hecho acto de presencia causando una alarmante mortandad por contagio, aunque por su lejanía geográfica nos resultaba ajeno. En poco tiempo de ser una noticia remota se convirtió en una amenaza, y como un enemigo invisible pero implacable se instaló entre nosotros y cambió nuestros hábitos, obligándonos a modificar las rutinas y a volvernos precavidos, recelosos, asustadizos; a reconocer nuestras limitaciones, y a buscar formas alternativas de vivir un día a día complicado y lleno de incertidumbre que despertó recelos y susceptibilidades.

Nos hizo sentir vulnerables, frágiles, añorar el abrazo, el beso, la compañía? y al mismo tiempo evitarlos. Sacó lo mejor de algunos y lo peor de otros, o lo mejor y lo peor de todos, según el día y momento, alterando nuestro estado anímico, que ha sufrido subidas puntuales y bajadas en picado. Mi percepción en cuanto a las emociones propias ha sido la de ir subida en una montaña rusa, y en lo que respecta a los demás me ha permitido conocer o vislumbrar al menos las prioridades, temores o frustraciones de algunas personas.

Varios amigos y parientes míos se han infectado y algunos, como María Fructuoso, Pepa Sales o Manuel Enrique Mira, han perdido la vida. Otros muchos seres queridos se han quedado en el camino en este 2020 por diversos motivos, pero la situación de pandemia ha impedido despedirles rindiéndoles las acostumbradas honras fúnebres y acompañando a los familiares como manifestación de aprecio, lo que hace más difícil superar el ineludible duelo.

El teletrabajo progresivamente ha ido tomando protagonismo en la rutina diaria de muchos oficios, pues la imposibilidad de hacer ´vida normal' lo ha hecho necesario.

Lo acaecido a lo largo de este año nos ha hecho ser cautos en cuanto a expectativas, y a vivir las fiestas navideñas como una especie de tregua merecida tras otro período de confinamientos perimetrales cuyo fin era propiciarla.

Recitar las seguidillas compuestas por Santiago Delgado en compañía de algunos compañeros de Canna Brevis junto al Belén napolitano de Salzillo, en el museo que lleva su nombre, y entonar en Nochebuena villancicos para sacar de su letargo implacable el cerebro de mi madre me ha permitido sentir la caricia de la Navidad en un tiempo en el que tan necesitados estamos de calor humano.

Brindo por un 2021 en el que se den circunstancias favorables, que no falte el ánimo, y la salud propia y de nuestros seres queridos consiga salir incólume para, poco a poco, volver a sentir el latido de la vida y percibir lo hermosa que es a pesar de todo, dejar atrás a quienes nos la complican innecesariamente y buscar el abrazo de quienes la embellecen haciendo más habitable este mundo.