Supongo que si pensamos en Navidad lo primero que se nos viene a la mente es frío, nieve, chimeneas, villancicos y familia. Como estereotipo, vaya.

A mí no me pasa eso. Cuando pienso en esta época veo imágenes de calor, marineras, paseos al sol, miles de personas en la calle y, con suerte, un caldero mirando al mar.

En Murcia todo es diferente, y eso, claro, a veces es malo. Vivir Navidad en manga corta hace que la experiencia sea distinta. Vivirla con un abrigo nuevo y sudando como si no hubiera un mañana para poder lucirlo, también.

En esta Región llevamos años pensando que no le importamos a nadie. Y muchos más aún siendo conscientes de que eso da exactamente igual. Nuestra identidad, esa que nos convierte en tan españoles como los que más, pero a su vez en tan diversos como el que menos, se construye a través de eso: de mucho calor, mucha vida y no tanta preocupación.

Todos los murcianos tendrían que poder vivir al menos una vez en su vida la experiencia de volver a Murcia por Navidad. De tener casa y trabajo en cualquier otro punto del planeta y ver la Catedral desde la autovía como si aquello fuera Tierra Santa. Visitar esta ciudad una vez al año tiene sus ventajas: uno empieza a ser consciente de que, mientras la vida parece que sigue igual, Murcia no deja de evolucionar.

He vivido veinte años de mi vida en esta Región sin tener un ápice de acento murciano, sin tener un pueblo pequeño al que ir los fines de semana, ni una peña huertana de referencia, ni un grupo sardinero, ni más vinculación con Cartagena que veranear en La Manga. He sido muy poco murciana viviendo aquí, y aún así, o precisamente por eso, no podría estar más orgullosa de haber nacido en esta Región desde que estoy fuera de ella.

Es verdad que estamos en el córner de España y probablemente la mitad de los españoles no sabe ni situarnos correctamente en el mapa. Es verdad que hace un calor infernal en invierno y que en Navidad los escaparates tienen decoración de nieve mientras el termómetro de la calle marca una temperatura que ya quisiera la cornisa cantábrica en su mejor día de verano. Es cierto que no hacemos demasiado por reivindicarnos, que no tenemos hueco en prensa nacional, que casi nadie sabe que nuestras playas le dan un millón y medio de vueltas a cualquiera de la costa mediterránea. Es verdad que ser un murciano que piense lo que le da la gana sobre lo que considere oportuno no es un deporte de riesgo ni romántico como lo es hacer lo propio en Cataluña o el País Vasco. Es cierto que no tenemos la grandeza de Madrid, ni los monumentos de Sevilla, ni el renombre de Palma, ni la metrópolis de Barcelona.

Pero mucho más cierto aún que todo eso es ser consciente, aunque sea tarde, de que en este pequeño rincón de la España profunda y mediterránea venir en Navidad es estar siempre en casa. Y qué feliz es uno cuando por fin encuentra la suya.