No tengo bandera colgada en el balcón, ni llevo pulseras con la rojigualda en mi muñeca, ni tampoco tengo un paraguas con la bandera de mi país protegiéndome del agua; por cierto, la penúltima política que apareció haciendo ostentación de un paraguas XXL fue Cristina Cifuentes, la expresidenta madrileña (dime de lo que presumes, y te diré de lo que careces, según el dicho popular), y ni mucho menos creo que el Gobierno de España sea un Ejecutivo ilegítimo ni criminal.

Pero esta pasada semana ha ocurrido otra vez un hecho que vuelve a hacerme sentir orgulloso de pertenecer a un país moderno, multicultural, plurinacional y sobre todo, dispuesto a luchar por la libertad con mayúsculas, no desde un coche de alta gama anunciando medidas contra una ley orgánica.

Hace años, las ciudadanas de este país tenían que viajar a Londres a decidir si querían interrumpir un embarazo no deseado, o peor aún, aquellas que no podían permitirse disponer de recursos económicos arriesgaban sus vidas. A principios de los años ochenta, se aprobó otra ley que permitía a los españoles y españolas divorciarse, más tarde, y a pesar de todas las piedras en el camino que puso la Iglesia y la derecha de este país, llegó el matrimonio entre personas del mismo sexo, otro motivo para sentirse orgulloso de una sociedad que asumía los cambios con más naturalidad que una parte importante de la clase política.

Ahora, ya tenemos, como se prometió, otra ley que dignifica al ser humano, una ley que no obliga a nada ni a nadie, pero que abre por fin la puerta de la decencia entre sufrir en vida, o morir en paz. Hoy me vuelvo a sentir orgulloso de mi país, de mi Gobierno y de mi Parlamento.

A veces, reconozco que me pregunto qué sería de este país si la izquierda en general se hubiera rendido ante las presiones de la derecha y no se hubiera atrevido a engendrar leyes que nos hace más libres. Seguramente tendríamos todavía leyes que castigarían determinadas conductas, no olvidemos, que a fecha de hoy, en el segundo escalón del Congreso de los Diputados se sienta, en representación del primer partido de la oposición, que ha gobernado y quiere volver a gobernar este país, el hijo del que fuera primer presidente del Gobierno tras la dictadura franquista, Adolfo Suarez, quien hace apenas un año llegó a comparar el aborto con el asesinato de niños por los neandertales.

Ya va siendo hora de que algunos comencemos a gritar también Viva España, pero esa España que lidera los países en número de trasplantes, la que hace un año subió el Salario Mínimo hasta casi los mil euros, la que puso sobre la mesa ERTE's para que la pandemia no nos volviera a arrollar, la que se vuelca cuando en Los Alcázares piden ayuda, la que fletó autobuses para quitar chapapote, la del Open Arms que está rociando el mediterráneo de dignidad, la que tiene en la Unidad Militar de Emergencias (UME) una salvaguarda en caso de catástrofe; por cierto, ¿saben quién fue el promotor e impulsor de esta unidad especializada? El malvado Zapatero.

Estoy enamorado de la España que lucha contra los desahucios que dejan a personas vulnerables en la cuneta del desprecio y del olvido, la que te tiende la mano en vez de empujarte, la España aquella que se manifestaba los lunes de cada semana para que no nos olvidemos de nuestros mayores y nuestras pensiones.

No quiero responder con un ´viva' cuando alguien me pide que me cuadre si suena el himno, o que me santigüe al pasar el Cristo de la Misericordia con la Legión escoltándolo, ni la que financia escuelas taurinas mientras sigue habiendo techos con amianto sobre las cabezas de nuestros hijos, ni esa España que pide libertad para los más ricos a costa de esquilmar los recursos públicos.

Me niego a callarme cuando el poder judicial encarcela a dos titiriteros durante días e los incomunica, y en cambio le ríe las gracias a un centenar de militares de alta graduación retirados cuando piden fusilar a la mitad de este país, y no voy a cerrar la boca cuando el insulto y las amenazas se convierten en los primos chulos del miedo.

Ahora llegan momentos trascendentales para nuestro futuro como país y como sociedad. Los fondos de la Unión Europea están destinados a cambiar nuestro destino, a transformar la sociedad, nuestro modelo productivo tendrá que avanzar o estancarse en la mediocridad y el deterioro medioambiental, debemos plantearnos si seguir siendo el huerto intensivo de Europa y su zona de servicios o apostar por crear valor añadido a nuestros productos.

De momento, cuando este año comience la transformación de este país, nos habrá pillado con algunos deberes sociales hechos. Gracias, diputados y diputadas, por aprobar la Ley que regula una muerte digna, gracias por hacernos mejores personas.