La gamba de Águilas es uno de los bocados más impresionantemente deliciosos que se pueden disfrutar de una tierra. Su sabor es único en el mundo. En un año tan devastador como este, que ni tan siquiera me voy a molestar en despedir, la gamba rioja aguileña ha decidido esconderse. Ella tampoco está por la labor de darle sabor a los últimos segundos de un año que bien merece quedar en el olvido, pero no olvidar. Allí a un montón de metros de agua marina de la fantástica costa que baña la ciudad de mi próxima jubilación, la gamba mira cómo se empeñan en que salga, y ella ni caso. La entiendo perfectamente y hasta me atrevería a decir que está dando ejemplo. Mejor quedarse escondidita, recogidita y protegida, que vender su alma al diablo por dos festivales. Más o menos, lo que deberíamos hacer los humanos. La gamba no sale de su escondite por miedo a ser comida: lo hace porque está, como muchos de nosotros, hasta las pestañas de tonterías, y ellas... hasta los bigotes.