Cuando te haces a la idea de que es imposible no decepcionar a alguien, algo ocurre en tu vida. Lo que ocurre, quizá, es que te decepcionas a ti mismo. Hay gente que disfruta de una aceptación casi universal, pero que en lo más hondo de sí misma se detesta. Se lo escuché el otro día a mi dentista, mientras me limpiaba la boca, o sea, los dientes: la calavera, en fin.

„Todo el mundo me adora „dijo„, mis hijos, mis nueras, mis pacientes, mis amigos?

Traté de hacerle saber con un gesto de los ojos que también yo le adoraba por miedo a que me hiciera daño.

„Pero yo no me soporto „continuó„. A veces me dan ganas de reunir a todo el mundo para confesárselo. Enjuágate la boca.

Me enjuagué la boca un poco preocupado por el estado de ánimo del hombre en cuyas manos me encontraba.

„¿Queda mucho? „le pregunté.

„No, acabamos enseguida.

Mientras volvía a introducir los hierros en mi boca abierta de par en par, regresó al asunto de la decepción para analizarlo desde diversos puntos de vista.

„Yo quería dedicarme a la investigación „concluyó al fin„ y ya me ves, limpiando dientes. ¿Bebes mucho té?

Asentí con un ligero movimiento de cabeza.

„-Pues contrólalo porque el té tiñe el esmalte.

Salí de la consulta del dentista y acudí directamente a la de la psicoanalista, pues había organizado las citas para que encajaran y perder menos tiempo. Me tumbé en el diván y permanecimos unos minutos en silencio. Finalmente le pregunté si ella se había decepcionado a sí misma.

„Aquí no se habla de mí, sino de usted „-dijo„. ¿Qué contesta a eso? ¿Se ha decepcionado a sí mismo?

Preferí no responder por la agresividad con la que lo había planteado. Ya en casa, mientras me observaba detenidamente los dientes (es decir, la calavera) frente al espejo del cuarto de baño, repasé mi vida y completé la idea de la primera línea: que cuando te das cuenta de que resulta imposible no decepcionar a alguien, te decepcionas a ti mismo.