A la expresión «sobre el nacimiento de Cristo se funda nuestra civilización» pronunciada recientemente por la presidenta madrileña, no le falta ni una mala asociación conceptual. La réplica más básica sería que el cristianismo se funda sobre la muerte de Jesús y la creencia en su Resurrección, y sólo después de ello. Los evangelistas ilustrarían el mito dando así cuerpo a una secta emanada del judaísmo, siendo la corriente liderada por Pablo de Tarso la que la dotaría de su carácter universalista justamente por su helenismo (y platonismo), que casaría a la perfección con los cimientos semitas y mediterráneos en su sentido más amplio. Una de sus grandes bazas no será tanto lo novedoso, que también (la salvación individual), como su profundo sincretismo, visible, entre otras muchas cosas, en la adaptación, a largo plazo, de un paganismo politeísta pero jerarquizado (liderado por Zeus, aquel que, no se olvide, metamorfosea para violar y fecundar mortales) a un pseudomonoteísmo, con sus santos y vírgenes, sobre los pilares de unos apóstoles y mártires errantes a la manera de los nóstoi.

El héroe fundador tan ejemplificado en Heracles, el paradigma por antonomasia, encontraba en Jesús un reboot mistérico, aunque los derechos de autor hundían sus raíces en territorio oriental, desde la epopeya de Gilgamesh a Moisés. El ciclo del dios cultural griego había actuado, en cierta medida, como una manera de explicar su Paleolítico, Neolítico y Edad de los Metales, como las primeras temporadas de The Walking Dead. Y del mismo modo que Perseo, Aquiles o Ulises nos ofrecen información del ideal clásico, sus herederos, los superhéroes del cómic, son fruto (y espejo) de nuestros siglos XX y XXI, con interesantes arquetipos que van desde Superman, el todopoderoso pero monolítico heredero de una civilización superior (el «bombero que vuela», en palabras de Carlos García Gual), a aquel desprovisto de poderes pero sobrado de demonios internos hecho a sí mismo desde la base, eso sí, de las (igualmente heredadas) virtudes del capitalismo, el justiciero de la lista Forbes (Iron Man, en versión pop; Batman, en gótica).

El viaje del héroe, sintetizado de forma magistral por Joseph Campbell, que habría de desarrollar narrativamente Tolkien en El Hobbit y El Señor de los Anillos, y que cubrió de lentejuelas George Lucas en Star Wars, es lo más fundacional que tenemos. No por casualidad en torno a este patrón se han escrito las sagas literarias y cinematográficas que más han triunfado y engrosado nuestra cultura popular contemporánea. Se trata del ´héroe de las mil caras', a partir del que podemos vincular a Jesús (y Heracles) con Frodo, Luke Skywalker, Harry Potter o Neo (el nuevo mesías, de Matrix) en torno a un periplo en tres actos: en primer lugar, la salida desde el contexto más ordinario e irrelevante (Nazareth, La Comarca, Tatooine, el hueco de la escalera, la oficina), instigado por un mentor (Juan el Bautista, Gandalf, Obi Wan, Hagrid/Dumbledore, Morfeo), con ayuda sobrenatural y de algún artefacto (la clava, el anillo/Dardo, el sable láser, la varita/capa etc., el teléfono móvil). El nudo de la trama se desarrolla entre la iniciación y las distintas pruebas y hazañas (los doce trabajos, la travesía en el desierto y los milagros, la Compañía y Moria en adelante, la estrella de la muerte, Hogwarts, la desconexión de la matriz y los agentes), no sin una serie de tentaciones, a veces en forma de mujer, otras en la más pura representación del mal (del diablo al lado oscuro, donde descarrila el viaje de Anakin), unido al trauma del padre ausente o problemático.

Todo ello para desembocar en el sacrificio por los demás, el regreso, la apoteosis o reunión con los dioses: el Olimpo, la derecha del Creador, el barco a las Tierras Imperecederas, la decisión de Vader en Ep. VI (y sí, la de Luke en Ep. VIII), la muerte del trozo de Voldemort que hay en ti, o el final de Matrix (resumido en el elocuente fotograma que acompaña a este texto). En nuestro presente más reciente no es menos sintomático el esfuerzo en encontrar su versión femenina (Rey Palpatine o la Katniss de Los juegos del hambre).

Si sumamos con calculadora todo lo citado en estas líneas, obtenemos buena parte del mercado navideño. De nuestro bolsillo, y de nuestros corazones. Y es del monomito y del sacrificio de ese héroe del que se alimentaría uno de los grandes fenómenos de todos los tiempos. Una religión, la cristiana, que pasó de outsider a contrapunto del poder, creciendo en paralelo hasta ser integrada y asumida por este, para, al final, quedar por encima del Estado (ejemplificado en la penitencia de Teodosio y sellado por la coartada filosófica de San Agustín, cerrando así el círculo de Pablo, que vivió igualmente su particular ciclo heroico), custodiando la herencia clásica durante siglos. Y lo hizo a base de absorber y sincretizar tradiciones, rellenando espacios que iban quedando vacíos con la crisis del imperialismo romano y, al mismo tiempo, fabricando ex profeso nuevas necesidades. Esto último es, por cierto, sobre lo que se ha erigido el triunfo de las nuevas tecnologías, aquellas que nos mantienen conectados a Matrix.

Pero eso es otra Historia?