En la actualidad, cuando nuestros políticos se reúnen en público, suelen manifestar su providente tutela sobre nosotros exhibiendo una distancia marcada por los protocolos de seguridad. Son circunstancias exigidas por la plaga de Covid, pero se ha logrado hacer de la necesidad virtud.

Dignatarios y prebostes evitan el contacto físico y se apartan los unos de los otros. Disimulan mutuas tensiones y solo gracias a una profunda asimilación de las matemáticas o de la geometría se logra salvar la visualización de los acontecimientos que conforman nuestra vida pública. Requiere un esfuerzo y la verdad es que nuestros dirigentes se vuelven un poco más estáticos, frontales e inmovilistas de lo que ya eran. Pero así, solo así, el gran público puede seguir disfrutando del ritual, del drama y de la auténtica teatralidad con que se disimula la vanidad de cualquier acto público. La arquitectura se convierte en un marco el cual no se puede transgredir. Todo ocurre en un aula, una sala de conferencias o la escalinata que conduce a la fachada de un gran edificio oficial, preferiblemente de estética clásica, con frontón y columnas, como aquellos espacios elegidos para celebrar pequeñas farsas, breves actos simbólicos de exaltación política, la firma de un manifiesto o alguna magnífica declaración retórica a favor de la más noble causa. He aquí una forma refinada, más sutil, menos violenta que las practicadas antaño, de hacer valer una opinión democráticamente.

Mientras tanto, fuera del marco geométrico que nos hemos dado para estas soberanas pantomimas, las aguas se vuelven turbulentas y bullen en medio de una prodigiosa actividad. Fuera de los márgenes reglamentados y matematizados ocurren cosas prodigiosas. Jóvenes contorsionistas y atletas del riesgo llegan a nuestro país en el falso fondo de un camión o mezclados entre chatarras transportadas por contenedores e incluso subidos al timón de un barco. Mientras tanto, grupos de enardecidos ciudadanos se dirigen a los hoteles empleados para albergar inmigrantes y la policía tiene que impedirles el paso.

También hay quienes son invisibles durante mucho tiempo y de repente, aparecen en medio de una gran conmoción, como aquellos escondidos en un minúsculo habitáculo mientras trabajan sin pausa en condiciones de esclavitud. Fuera de los márgenes crece la mayor injusticia sin las matemáticas del orden; realidad dinámica y activa, se opone al orden pasivo y estático. Son dos planos: uno acabará siendo vorágine; el otro, solo escombros futuros que se llevará el huracán.