Pablo era un hombre hecho a sí mismo. Había empezado a trabajar con nueve años, acompañando a su padre, faenando de madrugada y vendiendo el pescado que traían. Disfrutaba viendo a su padre repartir jornales, al volver a puerto. Le encantaba el olor salado, la lonja, el hielo en las cajas de pescado.

Aunque no era el mayor, dirigía el negocio familiar. Sabía llevarlo, y sacar provecho de todo, como antes, cuando faenaban mar adentro. Los marineros le respetaban, y él no desperdiciaba oportunidad de demostrar quién mandaba.

De ese mundo marinero era también Lázaro. Un inútil. Poca gente en el pueblo se dedicaba a otra cosa distinta del mar. Pero, mientras Pablo había agigantado el negocio familiar Lázaro había dejado perder su fortuna, malvendiendo unas veces y regalando otras, a cualquier llorica que se tropezara. Lázaro salía incluso a faenar con los marineros. No le daba vergüenza, con lo que él había sido. Hasta limpiaba las cubiertas después. De haberse comportado como el dueño que era, no habría perdido la flota. Era un perfecto idiota.

Desde el ventanal de su despacho dominando el puerto, Pablo veía a Lázaro trajinando. Parecía un muchacho, y estaba fuerte a pesar de los años. Pero daba instrucciones al resto como si pidiera favores. Para sorpresa de Pablo le obedecían.

Con aquel bobo, Pablo tenía en común una nieta, Marta. Qué sería de ella, de no ser por él. Con su abuelo Lázaro sólo había miserias y discursos.

A media tarde se empezó a levantar el viento. Le avisaron de que esa noche no saldrían los barcos. De haber dependido de él, por supuesto que habrían salido. Había que respetar al mar, pero no había que temerle. El mar olía el miedo, y se tragaba a los cobardes. En eso, vio un barquito desatracar y dirigirse a la bocana. El mar empezaba a rizarse, sólo un valiente se atrevería a salir así. Se llenó de orgullo cuando vio a Marta. Sin duda llevaba sus genes. Reconocía en ella su propia mirada. Segura y firme. Su coleta se sacudía con fuerza mientras sujetaba el timón.

El barco no hizo más que salir de la bocana del puerto, cuando empezó a escorar. Avanzaba trabajosamente, pero las olas lo zarandeaban. Trataron de seguir, pero iniciaron la maniobra para volver. Pablo se puso en pie de un salto. Notó cómo le subía un sudor frío y se le erizaba la piel. El mar los devoraría. Debían echar el ancla y esperar. Las olas ya les empujaban hacia todos los lados, rugiendo a sus tripulantes. Desde su ventana, por primera vez en mucho tiempo, sintió miedo. Una de las olas atravesó enfurecida la cubierta del barco y se tragó a Marta. Pablo salió y trepó arriba de la escollera. Lo había hecho otras veces. Pero un golpe de aire lo lanzó rocas abajo. Allí quedó paralizado, petrificado buscando con la mirada a su nieta entre las olas.

Unos brazos nadaban hacia el barco. Pensó en algún marinero, pero reconoció el pelo blanco de Lázaro. Él también había visto la ola. Nadaba despacio, sabiendo que el mar no le dejaría acercarse al barco. No gastaba fuerzas, sólo un brazo, otro. Era experto en naufragios, y era muy paciente. Siguió nadando. Cuando estuvo cerca, se sumergió abriendo los brazos. Al poco, un cambio de corriente le llevó hasta Marta. Llevaba un salvavidas atado al pie, y abrazando a su nieta, la condujo hasta la boya del puerto. Ahí quedó a salvo, y permaneció un rato abrazada a su abuelo Lázaro.

Desde lejos, Pablo sintió una punzada de envidia. No les oía, pero podía ver a Lázaro consolar a Marta, asido a la boya, y a ella llorando. Lázaro protegía a su nieta y a la vez daba órdenes. Pedía favores. Pablo ardía de odio. Empezaron a dolerle las manos, llevaba un rato notándolo. Se había agarrado con tanta fuerza a las rocas, que se las había desollado. A su alrededor, hilillos de sangre llegaban al agua. Su ropa estaba igual.

Y entonces se vio, a los ojos del mar. Viejo, con la ropa desgarrada y mojada, aterido de frío y muerto de miedo. Invisible e insignificante. Quién era ahora el inútil.

Apareció Lázaro: «Dame la mano, por favor». Pablo obedeció y se incorporó.

Una semana más tarde, con las manos vendadas, fue con Marta al banco e hizo un ingreso. En el concepto, ´deuda de gratitud'. Quedó cancelado el embargo de Lázaro. Cada uno había liberado al otro.

Feliz Navidad.