Mañana miércoles la Unesco se pronunciará sobre si la Fiesta de los Caballos del Vino pasa a formar parte del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Casi con total seguridad, el 16 de diciembre pasará a la historia, no solo del municipio de Caravaca de la Cruz, sino de la Región de Murcia, igual que pasó el día en que los Tambores de Mula y de Moratalla se sumaron a la gran fiesta del tambor como Patrimonio Inmaterial aquel 28 de noviembre de 2018, junto a otras localidades españolas.

Mal harían algunos si este logro intentan rentabilizarlo de manera partidista. Por eso no es justo que muchos de los que han aportado tanto a la consecución de este importante logro estén siendo relegados a un segundo plano e incluso al olvido.

Es hora de poner en valor a todas aquellas personas que han aportado su grano de arena. Desde los gobiernos municipales que lideró Domingo Aranda al actual dirigido por José Francisco García, así como a la gran labor del anterior regidor Pepe Moreno que, no olvidemos, tuvieron que renovar el expediente, tanto en su justificación como en los recursos gráficos, poniendo sobre la mesa una nueva línea argumental, pasando por Miguel San Nicolás, quien desde su puesto de empleado público, y como caravaqueño, se volcó en un sueño que mañana se verá culminado.

Miguel Sánchez, otro caravaqueño y hoy senador por Murcia en Madrid, al que ni siquiera se le invitó la pasada semana en la presentación que se hizo en la capital, se convirtió, junto a María González Veracruz, otra ´caravaqueña´ que siente la fiesta por los poros de su piel, en dos embajadores casi a tiempo completo por media España, durante estos últimos años. Así como la labor de José Antonio Gabacho, que removió cajones y sentimientos para que la candidatura no siguiera durmiendo el sueño eterno.

También a los funcionarios y funcionarias de los ministerios competentes habría que dejarles un hueco aquí, en la pancarta principal, porque este éxito, ojalá nadie lo olvide, es un reconocimiento público.

Pero, sobre todo, en la primera fila deberían estar las manos de cientos de mujeres que han bordado horas y horas, dejando para el 6 de mayo miles de cosas que hacer, y junto a ellas, las personas que han conseguido que la fiesta tenga vida, alma y pasión: los hombres y mujeres que configuran las Peñas Caballistas.

El destino ha querido que el año 2020, el año que no pudo celebrarse esta fiesta, la Unesco reconozca el trabajo realizado por mucha gente en representación de un sentimiento popular, y los sentimientos no pueden esconderse ni relegarse ni dejar de reconocerse; por eso, hoy más que nunca, hay que mirar atrás y darle las gracias a tanta gente que durante años tiraron de un caballo con destino a la Unesco.

Ojalá los Bordados de Lorca sigan la estela que dejará marcada los Caballos del Vino, pero me temo que la disposición por parte de las autoridades competentes no está siendo leal y, por lo tanto, el sueño lorquino se convierta en frustración.

Enhorabuena a todos.