De vez en cuando pasan cosas que no tiene nada que ver con lo que estamos viviendo. Son de esas cosicas que pasarían de igual modo si lleváramos o no puesta la mascarilla. Aunque la mascarilla ayuda, aunque solo sea por la pérdida de visión. A mí me falta recorrido y nunca sé dónde pongo los pies. Algo así debió pasarle el otro día a una de mis queridas amigas, cuando estando en el súper decidió coger la bolsa de patatas congeladas que más al fondo estaba de un congelador tipo arca. Claro, entre que ella es chiquitica y la mascarilla impide ver hasta dónde puedes llegar, a punto estuvo de convertirse en otro de los contenidos del frigorífico. Evidentemente lo más importante fue que consiguió la bolsa y también que desde entonces cada vez que se ríe, uno de sus encantos, siente como que se le clava una costilla, que digo yo que será eso y no un gajo de patata que se le introdujo durante su entrega. De no llevar mascarilla pues a lo mejor lo hubiese visto venir, o no, quién sabe, hay cosas que suceden y punto. La mascarilla no ayuda mucho, no, a verlas venir.