Desde que el mundo es mundo, el ser humano se ha preocupado siempre de tener seguidores que admiren sus ideas y celebren sus gestas, desde aquel Jesucristo que nos dijo categóricamente «Déjalo todo y sígueme»,al flautista de Hamelin, que no dijo nada, porque le bastaba con el son arrebatador de su instrumento.

Así nacieron movimientos de masas que seguían la vida y los dictados de personajes considerados ejemplares: los fieles de las religiones, los militantes de corrientes filosóficas y políticas o los diletantes de las modas literarias, de manera que uno podía declararse seguidor acérrimo de Lutero, miembro de la piara de Epicuro o apasionado de los libros de caballerías; personajes y creaciones a los que se conocía y seguía de viva voz o a través de la letra impresa de los mamotretos que los divulgaban.

Pero si venimos a lo de hoy, han de saber que el grado de atención y seguimiento de los líderes se mide por su impacto en las redes sociales. Así que si ustedes mismos quieren presumir de seguidores que se cuenten por cientos, miles o millones, habrán de ser miembros activos de la galaxia digital, e incluso residenciarse en ella. Intégrense en todos los grupos, círculos y foros de Twiter, Facebook, Instagram o whatssapp, creen blogs y otras plataformas de participación en la red, y vociferen en ellos sobre lo divino y lo humano, viertan sus ocurrencias a tiempo y a destiempo, descalifiquen e insulten a los demás, muéstrense alternativos e insumisos ante las normas establecidas, desnúdense y desnuden a los demás de sus niñerías y miserias, de manera que muchos se conviertan en seguidores de sus ocurrencias y sermones, de los chistes graciosos o desgraciados que ustedes retransmiten y cacarean como papagayos digitales, esperando que los que les siguen hagan lo mismo, con lo que certificarán sin saberlo la doctrina de un tal Mac Luhan, que predicaba que en la blogosfera el medio es el mensaje.

Pero si ustedes andan anclados en los usos y costumbres del pasado, leyendo plácidamente, conversando con sus amigos, escuchando con atención las opiniones de los demás, si valoran el conocimiento y la sabiduría, si creen que la distinción y las buenas maneras son apreciadas por los demás, les diré que más que atraer seguidores, los espantarán escandalizados ante sus hábitos trasnochados y nada mediáticos.

Y más aún les digo: no crean que por ser corteses y vestir con elegancia, las damas o los caballeros les seguirán con arrobo, ni supongan que presumiendo de posibles y buena posición social serán cortejados por una nube de moscones, pegotes y sablistas al asomo de la sonsaca. Que todos estos comportamientos no añaden méritos sino que los quitan, si no es que suscitan el escarnio entre los que gustan de la informalidad y el desaliño, que son los que hoy marcan tendencia con sus cuerpos pintarrajeados, anillados con pendientes y candados y adornados con los más extraños abalorios.

En este caso, sus ansias de ser admirados y seguidos habrán de atenerse a los sabios consejos de Quevedo, que planteaba al desocupado lector qué hacer para que le siguieran todas las mujeres, ofreciéndole la ansiada respuesta varias páginas después, con una certeza incontestable: «Ándate tú delante de ellas».