Hay un contagio al que cada año cedo de buen grado: el del espíritu de la Navidad, que para mí, como para muchos, no es equivalente a la campaña comercial a la que alude el S.O.S. que suena como un mantra últimamente (salvémosla), y ha hecho que desde el Gobierno central y autonómico se hayan arbitrado medidas para ello con confinamientos perimetrales que nos tienen aturdidos pero que, en general, aceptamos como mal menor necesario. Y también para proteger nuestra salud del virus pandémico, claro, pues salud y economía van de la mano. La primera es imprescindible, pero sin la segunda peligra su subsistencia.

Es lógico y comprensible que muchos comerciantes tengan puestas en las ventas prenavideñas y navideñas las esperanzas de salvar un año nefasto, y no hay que ser muy perspicaz para adivinar que la cuesta de enero esta vez va a incrementar su grado de inclinación notablemente.

Las luces de Navidad crearon la ilusión de que Deméter y Perséfone podrían celebrar juntas unas fechas tan entrañablemente familiares, pues se adelantaron sustituyendo al cada vez más asumido y normalizado Halloween y poco faltó, si es que faltó algo, para que estuvieran colocadas, a la espera del encendido, para el día del Pilar, mientras, en contraste, como en días pasados se escuchaba de forma reiterada, a diez kilómetros de Madrid hay ciudadanos que carecen de suministro eléctrico, pero esa es otra historia. Las ganas de que acabe este año se nos ven por debajo del pelo.

El aforo es limitado estos días en tiendas y en locales y actividades que en otras circunstancias estarían a rebosar, y existen controles policiales en las carreteras para velar por el cumplimiento de la prohibición de desplazamientos salvo casos debidamente justificados. El acueducto de la Inmaculada-Constitución es una fecha propicia que quienes pueden habrían aprovechado para viajar y han debido conformarse con hacerlo con la imaginación, espoleada por los libros, la música y las películas: el Arte como vehículo siempre de lujo.

Ese espíritu de Navidad se traduce para los más afortunados en una mezcla de añoranza por personas y épocas que permanecen en el recuerdo condimentada con buenas palabras y deseos, obsequios dados y recibidos como testimonio de gratitud o amistad, encuentros en aperitivos y comidas que se prolongan en un tardeo hasta la hora de la cena y enlazan con ella, compra de décimos de lotería, para que el 22 de diciembre sea el día de la salud para los no agraciados que contemplan a quienes ha favorecido la diosa Fortuna. La alegría ajena también debe alegrar al que no ha sido tocado por la lívida mano de la Envidia, así que por un día satisface que las noticias en cualquier canal del televisor estén protagonizadas por risas y lágrimas de fugaz felicidad pero que a muchos sacarán de apuros. Confiemos en que sea a quienes más lo necesiten. Porque necesidad hay mucha, y según todos los pronósticos, más que va a haber.

Mi hija me propone un ´fitty-fifty´ para montar el árbol de Navidad: me dice que ella pone las bolas y yo las luces. El Nacimiento (que en su momento ocupaba prácticamente todo el salón, con pastorcitos, lavanderas con su río de plata y sus patitos, Santos Inocentes y hasta romanos, además de la Sagrada Familia en el pesebre con buey, mula, ángel y caganer, y los Reyes Magos aproximándose un poco más cada día, hasta llegar) hace años que se ha visto reducido al pesebre, como adelanto premonitorio de las restricciones actuales.

Este 2020 en el que la mayoría entramos con la idea de encontrar entre sus días momentos inolvidables para practicar el carpe diem y alimentar nuestra añoranza futura ha resultado ser un annus horribilis y los augurios para el que se avecina no son mucho mejores, pese a que gracias a la inversión económica y a los científicos que lo han hecho posible vamos a poder arrancar la hoja de diciembre con la noticia de que la necesaria vacuna es ya una realidad, y con ella la victoria sobre esta enfermedad que nos ha tenido doblegados y temerosos, o al menos expectantes y alerta, salvo a unos pocos temerarios a los que el sentido común parece serles desconocido.

Este espíritu de Navidad, que celebra con alegría, implica la solidaridad con el más necesitado, que además de carecer de lo esencial se encuentra solo. La Natividad de Cristo y todo lo que simboliza suele quedar oculta entre oropeles y espumillón, o entre el frío de la soledad y la fatiga. Tal vez en la Navidad de 2020 su verdadero sentido esté más presente que nunca en todos los años que llevo viviéndola y celebrándola con mis seres queridos. Que sea lo más feliz posible para todos, con salud y amor. Y que 2021 sea favorable y próspero.