La actualidad de Cartagena de esta semana ha ido de terrenos y expansión urbanistica, de pasado y de futuro y, como siempre, de las polémicas a las que ya nos tienen más que acostumbrados nuestros políticos y que lejos de beneficiarnos, lastran nuestro desarrollo y nuestra riqueza. Una de las disputas más sonadas se remonta al periodo en que los púnicos dominaban la ciudad y el general cartaginés Asdrúbal levantó un gran palacio que, supuestamente, se encuentra en la actualidad enterrado bajo el cerro del Molinete. Nada nuevo sospechar que haya grandes restos arqueológicos en el subsuelo de nuestro casco histórico, como tampoco es nuevo que surja la polémica cuando se proyecta la construcción de pisos en la zona ni que se desate la batalla política. Lo nuevo sería que los partidos se pusieran de acuerdo en hacer las cosas bien y dejar en manos de los expertos las preceptivas catas y, sobre todo, si los posibles hallazgos tienen el valor suficiente para frenar un proyecto nuevo o no, o de qué modo es oportuno conservarlos. Claro que el problema viene cuando hay opiniones de expertos para el gusto y la controversia de los técnicos alimenta la pelea política. Además, si la contienda trasciende el panorama local y da el salto a la escena nacional, a través de los grandes medios, parece que cobra más importancia. El problema es que airear por toda España nuestras vergüenzas, más que beneficiarnos, solo distancia más las posiciones y, por tanto, la posibilidad de aproximar argumentos y evitar atascos y bloqueos interminables.

Nada justifica que eternicemos tantos y tantos proyectos por nuestra incapacidad para solventar y sortear nuestras diferencias, a veces, más basadas en las siglas que representamos o defendemos que en la realidad.

Luego, nos escandalizamos porque han tenido que pasar treinta años para poder terminar una carretera de unos cuantos cientos de metros y desbloquear la urbanización de su entorno. Las tres décadas de historia fallida del Plan Rambla son la clara evidencia de nuestros despropósitos y un ejemplo más de lo que cuesta sacar adelante los proyectos más o menos grandes en nuestra Cartagena.

Piensen en cuántos años llevamos escuchando hablar y leyendo titulares sobre iniciativas como la regeneración de la Bahía de Portmán, la llegada del AVE, la construcción de la terminal de contenedores de El Gorguel y hasta de la misión de Salvar el Mar Menor. ¡Lo que cuesta hacer las cosas por aquí! ¡Y lo peor! ¡Lo que nos queda para ver alguna de ellas hecha realidad! Si es que lo conseguimos.

Por supuesto, también tenemos más ejemplos de macrorretrasos en nuestro desarrollo urbanístico, en otro de esos proyectos que nos vendieron a lo grande y que, de momento, ha quedado en nada. Hablo de la intencion de habilitar un segundo Ensanche para Cartagena en los terrenos de El Hondón, que sigue siendo solo una intención, a pesar de que han pasado veinte años desde que se desmantelaron las instalaciones de la fábrica de Potasas. Eso sí, sirve de carnaza para que nos sigamos peleando. Además, en este caso, también es lo que se esconde bajo tierra cómo tratarlo lo que nos enfrenta, aunque no sea precisamente un palacio, sino un suelo tóxico contaminado que ya deberían haber descontaminado.

El problema es que los caratageneros estamos curados de espanto y hasta acostumbrados a estos abandonos casi eternos. Quizá por eso pensemos que fuera de nuestras fronteras también dejarán que les vendamos la moto. Me explico.

No dudo de la potencialidad, la riqueza patrimonial y el merecimiento de Cartagena para que la UNESCO nos declare Patrimonio de la Humanidad. De lo que dudo es de que seamos capaces de conseguirlo cuando centramos nuestra petición en nuestro patrimonio defensivo, porque, si bien disponemos de murallas y fortificaciones para ello, debería darnos vergüenza la situación de abandono total en el que tenemos muchas de ellas y de presentarlas así ara que nos examinen. Menos mal que nuestra urbe cuenta con muchos tesoros mejor conservados y puede que los expertos de la UNESCO sepan verlo.

Mientras tanto, deberíamos preocuparnos por recuperar los bellos castillos que lucen sobre las colinas que protegen nuestra ciudad, empezando por los que están a la vista y, después, si los hubiera, por los que se encuentran ocultos.

Nuestro consuelo es que Cartagena es tan grande por su belleza natural, por su historia y por su tremendo potencial que crece y se desarrolla a pesar de nuestras miserias.