Salvador Dalí definió la Región de Murcia con una frase brillante: «Murrrcia es la verrrticalidaddd». Se refería a que en este rincón del mapa se habían ingeniado tres inventos (aquí los llamamos 'adelantos'): el autogiro de Juan de la Cierva (aire), las estructuras móviles de Emilio Pérez Piñero (tierra), y el submarino de Isaac Peral (agua). Desde el ancho cielo a los confines marinos, pasando por tierra firme, los murcianos han hecho de davincis en la pequeña gran historia de la ciencia y la razón. La mala suerte es que tanto Dalí, que lo glosa, como los dos primeros inventores, han pasado por franquistas, y sobre el tercero, Peral, queda la duda, pues murió bastantes años antes de que existiera Franco y no es cosa de ponerse ahora a hacer especulaciones ucrónicas acerca de que, puesto en la tesitura de otros oficiales de la Armada que le sucedieron en el siguiente siglo, habría tomado uno u otro camino.

La Exposición Universal de Sevilla, la posteriormente denostada Expo92, se diseñó de acuerdo a un lema, La Era de los Descubrimientos, en que el modesto, pero magnífico Pabellón de Murcia, encajó a la perfección, pues fue diseñado de acuerdo a los tres grandes inventos de esta tierra: la aviación ligera, la arquitectura móvil y portátil, y la navegación submarina. ¿Hay quien dé más?

Pues bien, vemos ahora que una cierta parte de la izquierda, con la bandera de la 'memoria histórica', se moviliza contra la razonable propuesta de que el aeropuerto de la Región de Murcia luzca el nombre de Juan de la Cierva. Y todo a costa de la biografía política del aviador, que ayudó a Franco, precisamente con infraestructura aérea, en su primer movimiento para ejecutar el golpe de Estado y la rebelión contra el sistema constitucional de la II República. Este dato no supone un conocimiento novedoso, extraído de algún archivo reservado hasta ahora, sino que es público y notorio para los historiadores desde el primer momento. Pero Juan de la Cierva, además de un golpista, fue un gran inventor. ¿Y qué hacemos? ¿Eliminamos su aportación a la ciencia a cuenta de sus ideas políticas por muy rechazables que nos parezcan? De hecho, a los socialistas parece que no les incomoda esta dualidad, pues fueron los Gobiernos del PSOE, nacional y regional, los que lo llevaron a la Expo, y otro, el actualmente vigente en España, el que ha dado su aceptación en primera instancia para que el aeropuerto de Murcia lleve su nombre.

La moral en la ciencia. Sigue siendo muy cansino tener que repetir, cuando se trata de ciencia, filosofía, arte, literatura, tecnología y similares que no es posible distinguir entre derechas e izquierdas según el estrecho canon con que se reducen las ideas en la vida parlamentaria actual. De hecho, es difícil discriminar de entre las grandes personalidades que han configurado el pensamiento y la cultura occidentales aquellos que no han sido en su vida personal unos grandes cabronazos o cómplices o alentadores de algún sistema despótico. Es muy recomendable, como aperitivo, leer Intelectuales, uno de los libros de Paul Johnson. De esa lectura sales con la convicción de que ni siquiera tu padre se merece una calle en tu pueblo. Pero no es verdad: los criterios morales o políticos, siempre cambiantes, no pueden interferir en la consideración postrera del creador, aunque el sentido común nos permita distinguir entre los ingenios genéticos del doctor Mengele en busca de la raza perfecta y los experimentos del gran Einstein, aunque éstos concluyeran en la fabricación de la bomba atómica. Ni siquiera hay que explicarlo.

El gran lío. La izquierda se está haciendo un gran lío con la memoria histórica. No solo porque este sea un concepto que nos invite a revisar la propia historia de la izquierda, que deja mucho que desear en el siglo XX, y en lo que se refiere al franquismo no puede excusarse sólo en el concepto de legitimidad. También porque está elevando un concepto de moralidad que acabaría condenando, pongo por caso, hasta a Ortega y Gasset por haber condescendido a vivir en España durante la dictadura franquista en vez de marcharse definitivamente al exilio.

Supongo que los más extremistas en la izquierda valoran el genio literario de Vargas Llosa, que es innegable, por mucho que éste titule de liberal su opción política, y de hecho parece que no les molesta en nada a la hora de considerar la excelencia de García Márquez como escritor la circunstancia de que su amor por el régimen de Fidel Castro estuviera motivada en parte, presuntamente, por las jovencitas con que éste lo proveía en los hoteles de La Habana. ¿Vamos a valorar a Vargas Llosa o a García Márquez por sus ideas políticas, por sus opciones vitales y debilidades particulares o por sus libros?

El caso Albudeite. Las feministas de izquierda de la Región de Murcia, en teoría, debieran haberse visto compensadas por la iniciativa del ayuntamiento de Albudeite para sustituir el nombre de Paco Rabal de la Casa de Cultura, pero ha prevalecido la defensa de su mantenimiento, pues en este caso se trata de un actor que se definía de izquierdas. Tan estúpido habría sido eliminar ese homenaje por su calidad de gran actor universal como en su día lo fue que el PP (¿o todavía era AP?) se negara a otorgar a Rabal la Medalla de Oro de la Región porque, decían literalmente, «es un comunista». Imponían la ideología al arte e incluso a la exhibición de un patriotismo local que ninguna campaña publicitaria habría podido pagar. Lo importante, en relación al paisano Rabal, es que como actor es uno de los más grandes de Europa. Y ese es el único aspecto de su personalidad que debiera interesarnos. Respecto a Rafael Alberti, también cuestionado en Albudeite, no debieran contar los relatos históriográficos acerca de su condición de chequista durante la Guerra Civil, sino su condición de poeta, que no queda deslucida por las tontadas ripiosas de sus últimos años ni por su sobrevaloración, ya exclusivamente desde la izquierda, al tratarse del más longevo representante del 27. Voy más allá: ¿a qué García Lorca admiramos hasta el éxtasis? ¿Al poeta que evolucionó, al contrario que su epígono Alberti, desde lo popular a lo conceptista, o a quien en un olvidable libro que recopila sus entrevistas se muestra intolerante y hasta violento frente a quienes opinan de manera diferente a la suya, tan lejos de su imagen beatífica?¿Y qué decir del Neruda, que le escribía odas al 'padrecito Stalin' y a quien le gustaban las mujeres que callaban porque estaban como ausentes? ¿Este tipo, grandísimo poeta, se merecería una calle y Juan de la Cierva, que inventó el autogiro, no? ¿De qué estamos hablando?

La fama de España como país cainita se podría fundamentar en que ha asesinado a sus grandes poetas (Antonio Machado, García Lorca o Miguel Hernández), contemplados antes por su ideología que por su arte, pero un reciente viento que se ha encrespado en la Región de Murcia nos trae ese mismo aliento. Ahora vamos con la Cárcel Vieja.

La Cárcel Vieja. Es posible que la mía sea una opinión personal, pero en mi entorno, importantes referentes de la izquierda coinciden conmigo, aunque no lo hagan público. Parece lógico que el mejor homenaje a las víctimas de cualquier atrocidad consista en convertir los espacios del dolor en escenarios de cultura y ocio, aunque sea necesario marcar en ellos la memoria de los que sufrieron (en Cartagena, sin ir más lejos, han quedado a la vista los grilletes y mazmorras de una antigua prisión militar en uno de los edificios por los que circulan a diario los jóvenes estudiantes de la UPCT, una presencia que evita el olvido sin mediatizar la hermosa actividad educativa).

A los socialistas municipales de la capital les ha entrado de pronto (y digo de pronto, porque se reservaron no hace tanto, cuando el Ayuntamiento gobernado por PP y Cs sacaron a concurso la remodelación de la Cárcel Vieja) un entusiasmo inusitado, ya con las obras en marcha, para que la vieja cárcel se transforme en un museo de la historia local o regional en el marco de la memoria histórica, es decir, del penoso periodo que vivieron nuestros abuelos. Hace años visité el Museo de Historia de Cataluña, y escapé horrorizado, pues, aparte de un memorial hagiográfico sobre Pujol, no reconocí nada de lo que he conseguido aprender sobre Historia de España a lo largo de cincuenta años, y eso que he procurado seleccionar las lecturas de entre los hispanistas extranjeros más alejados de los compromisos de la actualidad política nacional.

Parece evidente que la ciudad y la Región tienen problemas más acuciantes en el presente que el de sumergirse en un proyecto museístico que, si pretendiera ser la 'historia de todos' acabaría siendo la 'historia de nadie', y si no quisiera ser la 'hitoria de nadie' acabaría siendo la 'historia de unos o de otros'. El PSOE, que cuenta con grandes dificultades para hacerse entender en la Región, y al esfuerzo para romper esa dinámica (la del 40%/60%, izquierda/derecha) debiera emplear todo su talento estratégico, puede ganar poco si se empeña en revisar el pasado sin atender la a las urgencias y retos del presente. Con todo, la memoria histórica es una cuestión de justicia, siempre que no se utilice como arma arrojadiza antes que como instrumento de reconciliación, pues ese es el espíritu de la Transición, y el PSOE, lo quiera o no, para la mayoría de sus potenciales votantes, es alma y carne de la Transición.

Quizá sea que algunas mentalidades difusas del organigrama socialista municipal prefieren dejarse arrastrar por una izquierda que no es la que ellos representan, lo que conduce a la inevitable sospecha de que carecen de proyectos e ideas solventes para gestionar una alternativa que los ciudadanos puedan visualizar para las preocupaciones que les atañen en su actual perspectiva. Entre los materiales de denuncia contra el PP que les proporciona Mario Gómez, socio del PP, y estas ocurrencias sobrevenidas sobre la memoria histórica, los socialistas están por exhibir sus propias ideas para el futuro de la séptima capital de España.

Lo peor es que el proyecto del PP quizá se ha quedado corto, pues lo lógico habría sido derrumbar al completo un edificio tan horrible y carente de valor artístico (lo que alguno tenía se dejó caer en tiempos del alcalde Cámara) y levantar un espacio para el conocimiento, el disfrute y la alegría, en el que se reserve un lugar de memoria sobre su origen.

Los políticos metidos a historiadores dan mucha grima. Sobre todo porque en esa distracción acabamos perdiéndonos sus propia aportación a la Historia. Son capaces incluso de horizontalizar la verrrticalidddaddd.