El pasado uno de diciembre, estrenando el bonito mes invernal de un año retador, tuve la oportunidad de participar en un curso de innovación y liderazgo en salud medioambiental en la Región de Murcia, del Programa de Salud Medioambiental en los tiempos de la Covid-19, como representante de Pacto por el Mar Menor gracias a la invitación de Juan Antonio Ortega García.

6La salud medioambiental está llamada a ser una puerta hacia nuestro futuro. Aunque algunas personas a día de hoy pueda parecerles algo imaginario, lo cierto es que el 24% de las muertes mundiales están relacionadas con la degradación antrópica del medio ambiente, lo que representa aproximadamente 13,7 millones de muertes por año según la OMS, siendo los más afectados los niños pequeños y las personas mayores. Se dice pronto, y se observa desde lejos, esta tremenda consecuencia de nuestra incesante demanda y alteración de los recursos naturales.

Nos estamos acostumbrando a hablar de muertes diarias por una pandemia, pero no solo es la muerte lo que daña, sino la degradación de la salud y la calidad de vida portadoras de agonía.

Dejando de lado el sentimiento por lo inmaterial, para quienes sólo perciben lo que es cuantificable en términos económicos vigentes, es importante resaltar que los impactos antrópicos que lo degradan suponen unos elevadísimos costes sanitarios, crecientes al agotar los servicios ecosistémicos.

Llegados a este punto, sería inteligente reorientar las inversiones en la recuperación del medio natural para que sean costoeficaces. Por ejemplo, en un espacio natural degradado no basta con añadir cartelería y replantar pequeñas áreas de esos enclaves protegidos, sino que es preciso invertir aplicando la máxima medioambiental más denostada por los intereses particulares; la de la prevención. Prevenir los impactos medioambientales de origen antrópico es tan serio como la prevención de las enfermedades y la creación de ambientes saludables.

A los daños físicos, químicos y biológicos en nuestra salud como consecuencia de la degradación de ecosistemas vinculados a nuestra calidad de vida, se añaden los psicosociales que incluyen la desintegración de sociedades profundamente ligadas a su medio natural. Para hacer frente a estos retrocesos en bienestar y salud derivados de las malas prácticas, el conocimiento sobre el ecosistema y sus servicios es el gran aliado. Educativamente hablando debería ser una materia troncal desde las primeras etapas, evitando articularla como un extra para el grupete ecologista.

Hay un gran trabajo pendiente para hacer de la protección y recuperación de los ecosistemas una asignatura transversal capaz de cuidarnos. La creación de nuevas capacidades desde un mundo cambiante en el que el cambio climático está presente y su desarrollo en las diferentes profesiones, debería incorporar la más profunda innovación social por la que las personas formamos parte de un ecosistema que cuida su salud ambiental.

En ese curso de formato amable conectado con la vida y el conocimiento, en El Valle bajo árboles de leyenda, fui consciente del fortísimo impacto sobre la calidad de vida de quienes formamos parte del ecosistema Mar Menor, de su deterioro. Lo que viene a ser el estilo de vida marmenorense quizá pueda parecer un invento o una ofuscación del sentimiento, pero los espacios abiertos a ese mar único, nuestra gastronomía, las propiedades sus aguas, sus intercambios hídricos naturales, los suelos de la zona o la biodiversidad especies autóctonas de flora y fauna eran auténticos reservorios de recursos frente al cambio climático, así como fuentes de salud.

Este estilo de vida del Mar Menor es una de las causas por las que desde la innovadora ciudadanía hemos recogido el guante de nuestra Asamblea Regional, cuya mayoría no parece enterarse de nada de lo acaecido por lo que al Mar Menor y su sociedad se refiere, que nos emplaza a lograr 500.000 firmas para dotar al Mar Menor de personalidad jurídica.

Así que la mañana de un gris, húmedo y ventoso siete de diciembre un par de lugareños fedatarios nos encaminamos a la Explanada Barnuevo de Santiago de la Ribera con ilusión y convencimiento. Anduvimos pensativos ante la imposibilidad de ubicarnos donde anunciamos, hasta que el viejo e histórico caserón que fue origen de un pueblo nos hizo un guiño para darnos cobijo. Una persona tallada de sal y brisa nos abrió sus verjas y pudimos instalarnos dispuestos a recoger compromisos con nuestro pequeño mar.

Personas adultas de todo el arco generacional, desde los que vivimos el ecosistema intacto a los que lo heredan dañado, firmaban unos tras otros con el Mar Menor por testigo. Aquel fue uno de los días que quedará impreso en mis vivencias, de esos en los que toda la película de tu vida, sus lugares y personas, pasa ante ti y eres ayer, hoy y siempre.