La arquitectura es producto de la necesidad, pues nació para crear espacios funcionales destinados a atender las actividades del ser humano. Pero esta especie, capacitada para travestir en su contrario todo lo que toca su mano, no tardaría en convertir la misma en un gesto de grandilocuencia, basta recordar a los políticos poniendo primeras piedras de edificios con las elecciones en ciernes o descubriendo sus nombres en placas en los mismos cuando realmente, como servidores públicos que dicen ser, deberían ceder ese puesto a los habitantes del lugar con cuyos impuestos se ha pagado no una, sino a veces varias veces la obra. En otros casos reporta obras inoperativas que no tienen uso, que para el uso pensado no sirven o que están llenas de desperfectos, pero ¿y lo bien que lucen esos armatostes con firmas de estrellas del panorama internacional? Sin olvidar que es la garante, gracias a Dios, del arte comisionista, actividad altamente rentable destinada a pervivir por los siglos de los siglos. Amén.

Por eso no extraña que todos queramos emular a quien obra tan grandes ejemplos dignos de consideración y respeto, y que alberguemos en nuestro fuero interno a un arquitecto, constructor, promotor o propietario de piezas arquitectónicas que engrandezcan nuestro patrimonio. El ladrillo es un valor seguro, vaya si lo es, tanto si su precio está inflado como si pierde valor, nunca deja de serlo. Solo así se explica que una y otra vez volvamos sobre el mismo. No es que no nos demos cuenta, es que creemos en él con la misma fe que los antiguos rezaban a las vírgenes para curarse de enfermedades mortales. Al final no somos tan distintos y este es el dogma de nuestra fe actual el cual, además, se puede ver y tocar. Signos que magnifican su consideración de irrefutable, no en vano Jesús le dijo a Pedro algo sobre una piedra y la construcción. Alabado sea quien con su palabra avalaba esta idea.

Este afán constructivo no tiene límites, ni siquiera el del crédito de quien puede acceder a su nivel básico: el de una vivienda individual. Da igual, eso no importa tampoco, lo que importa es construir, aunque luego no se venda, ya se venderá, se tiene que vender, vender es la única opción, y vender por el precio que yo digo que vale. Eso mejor que pararse a pensar qué estamos haciendo y a dónde nos está llevando esta situación. Más vale dejar las viviendas sin ocupantes antes que ajustarlas a un precio justo, eso nunca, cómo creen que la gente se hace rica ¿pensando en los demás? Porque alquilar es un error que no sirve para sacarte de pobre y solo te da quebraderos de cabeza, por no hablar de lo mal que esta la legislación para proteger al propietario frente al inquilino. El día que se hagan las leyes bien, respetando a todas las partes casi por igual, ya hablaremos de ello. Pero es que alquilar es tirar el dinero. Bien lo saben los elegidos de los propietarios.

Una casta que de repente comienza a despertar de su sueño de manos de una pesadilla que recibe el nombre de okupación. No se habla de otra cosa desde hace meses. Esa gente que sin ningún pudor se mete en casas ajenas porque hay una legislación que les protege y ampara, unas fuerzas de seguridad que no pueden hacer nada, una justicia lenta y unos políticos que la consienten o la castigan, dependiendo de quién les vote y de lo que consideren importante. De repente la garantía de una propiedad vacía se convierte en un riesgo, y el miedo cunde a la par que las cifras de su incidencia suben o bajan dependiendo del medio periodístico que veamos. Y en la búsqueda de soluciones no hay autocrítica, pues si las hubiera en lugar de pedir leyes que desbaraten la misma habría ideas para distinguir los que son unos jetas de los que son unos necesitados, y facilitar el acceso a una vivienda digna comenzando por garantizar una vida digna con un salario digno que te permita ser independiente para alcanzar lo que por derecho te corresponde. Pero para qué vamos a desbaratar lo que llevamos tanto tiempo defendiendo. Mejor es tapiar puertas y ventanas. No pasa nada, así entendemos ahora una nueva parábola que dice que antes entrará un rico entre el reino de los cielos que pasará un camello por el ojo de una aguja. Sellando el problema se soluciona. Ya vendrán tiempos mejores, cuando la puja vuelva a subir. ¿Cuánto tiempo habrá que esperar? Seguro que poco. Mientras nosotros también nos vamos cegando para no ver lo que ocurre. No nos engañemos, la fe sigue fiel a creer sin querer ver.