Creo que la prueba fehaciente de que peligra mi carácter indómito, autónomo y contestatario es que desde hace un tiempo dejo controlar mis pasos al localizador de Google. Hoy me ha llegado un correo electrónico de Google Maps Timeline que me detalla cronológicamente todos los lugares en los que he estado en el último mes. Dicen que esta aplicación sirve para los desmemoriados que quieren recordar con exactitud en dónde estuvieron en un día determinado, algo poco interesante actualmente, dada nuestra reclusión municipal, hasta ayer, y el todavía encierro regional.

Poca intriga tenía el correo, así que he hecho como los que leen sólo los titulares de la prensa y las solapas de los libros, y me he ido al resumen final que me dice que en lo que va de año me he recorrido el 30% del perímetro de la Tierra. Teniendo en cuenta los meses de confinamiento, me ha dado por pensar que, como siempre, todo depende de cómo lo cuentes. No es lo mismo quejarte de estar todo el puto año enclaustrado que caer en la cuenta que, para otros, lo nuestro puede ser una vida privilegiada en comparación a la suya.

Ello me trae a la memoria aquél cuento de El Conde Lucanor de lo que sucedió a un hombre desconsolado que por pobreza solo tenía altramuces para comer, pero al girarse vio a otro que se iba alimentando de las cáscaras que él tiraba al suelo. Dice el cuento que aquellos habían sido dos señores con posibles, pero que habían venido a menos y caído en la pobreza, quién sabe si por alguna pandemia de la época. Hoy podríamos actualizar el cuento con dos empleados de la cultura, artistas autónomos, fotógrafos o músicos.

La moraleja es que siempre hay quien está peor que uno y que todo depende de cómo te lo cuenten: el relato es lo que importa.

Nos ocurre otro tanto con la prensa, los telediarios y los medios digitales: cada uno nos da, según quienes sean sus dueños, una versión de una realidad que tiene mil caras. Hasta no hace mucho dependía del enfoque para ver el vaso medio lleno o medio vacío, pero en la era de Trump la mentira se viste de gala y las versiones relatadas sobre una misma situación son totalmente contrapuestas. Antes podrías encontrar a unos que hablaban, según les fuera, de que hacía más o menos frío, dependiendo de la cantidad de ropa que tuvieran, de lo frioleros que fueran o de si tenían calefacción o no en casa, pero hoy, en un mundo en que unos se hielan a la intemperie y otros gozan de su particular piscina climatizada, sorprende que sean los privilegiados quienes digan que la situación es insostenible y sean «los ricos en Mercedes quienes gritan libertad» que canta Miguel Ríos en su Estirpe de Caín.

Es el relato lo que importa, no lo que sucede sino cómo te lo cuentan. Lo peor es que vivimos en un mundo que camina hacia la falsa felicidad de que te lo den todo hecho, todo precocinado, masticado y casi digerido.

Solo nos queda tragarnos lo que nos dan a través del embudo o ponernos, de una vez, a vomitar a diestro y siniestro. A mí me pasa hasta con el Arte, aunque parezca que no viene a cuento ahora. En el arte contemporáneo se lleva mucho eso de que la obra importa menos que el relato. Lo importante es el discurso que explica la obra y no la obra en sí, ni lo que a cada uno le pueda transmitir. Por mi parte, yo sigo discrepando de muchas cosas y me niego a entrar en el redil, ni a seguir como un tonto a los mansos.

Además, ya empiezo a sentir hartazgo de una versión oficial de ´arte para todos´ en este rincón perdido del imperio, donde se protege lo superficial, lo repetitivo, lo decorativo, lo innovador sólo en apariencia, lo tradicional pero sólo de una parte. Ya he dicho en otras ocasiones que no hay crecimiento sin raíces, ni novedad sin tradición, pero estamos en tiempos de poda y ni todo lo viejo vale, ni con la inercia se llega muy lejos.

Contra el relato interesado, contra las verdades oficiales y contra la cultura hueca, barnizada y envuelta en papel celofán, nos queda la alternativa de mirar a nuestro alrededor, no sólo a las pantallas. No vivimos en un mundo feliz pero tampoco esto es el apocalipsis. Deberíamos abrir bien los ojos, mirar con sentido crítico las cosas e ir a las fuentes y no sólo a las versiones y manipulaciones. No perdamos la memoria, que no viene mal recordar que se acerca la navidad, cuando gran parte del mundo celebra, desde la fe o desde la cultura, que lo más divino puede estar entre unos pobres inmigrantes, ateridos de frío y soledad en un portal ocupado cuando todos les cierran las puertas y el corazón.

Vivimos tiempos difíciles, fuera hace frío y no paran de inculcarnos que cada uno a lo suyo y que cada uno en su casa y Dios en la de todos. Sólo podemos avanzar si no nos dejarnos llevar por el canto de sirenas y seguimos navegando cogidos de la mano y amarrados al mástil. Aún nos quedan profetas, pensadores, periodistas, ecologistas, voluntarios y maestros que siguen clamando en el desierto para que no entremos al trapo de las banderas, las fronteras, las pantallas y el egoísmo que nace del miedo y el sálvese quien pueda. Hay que distinguir entre las voces y los ecos, que decía Machado.

Tras aquellos cuarenta años de N0-Do, sabemos que el relato lo escriben los vencedores. Lo peor es que volvamos otra vez a comprarles la cantinela de ´los enemigos de España´ y el contubernio socialcomunista.

Las redes están llenas de descerebrados, que son muy agradecidos porque se creen todo y ayudan a divulgar el relato de turno. Luego no nos asustemos si llega alguien y quiere borrar el nombre de Miguel Hernández, Alberti, Vicente Medina, Paco Rabal, o el mismísimo Cervantes. A este paso algún partido o algún alcalde caerá en la cuenta de que el autor del Quijote era un peligroso librepensador al que, además, la autoridad competente española (no sólo los turcos) lo tuvo preso (por algo sería).

No te creas todo lo que te cuenten, por muy bueno que sea el amplificador.