De un tiempo a esta parte, vengo diciendo que esta época no sólo la recordaremos por el covid o por las mascarillas. También va a ser recordada como el tiempo de los mansos. No se quejarán nuestros gobernantes de lo obedientes que somos. No nos queda otra, es verdad. El grueso de la población seguimos las recomendaciones, salvo algunos insensatos, porque todos conocemos a personas afectadas seriamente por el covid. Y aceptamos resignados las directrices de las autoridades, por muy descabelladas y desafortunadas que nos parezcan algunas propuestas. Podrían acusarnos, también, de no aportar grandes alternativas, ni ninguna idea constructiva, y eso es verdad. Pero es que no es nuestra función. La nuestra es obedecer y acatar las normas, y vaya si lo estamos haciendo.

Qué malo es que la pandemia nos haya pillado en bata. Pero más malo aún es el hecho de que la vida siga, mientras la pandemia nos muerde por todos los lados. Qué malo es que el ministro de Sanidad estuviera más pensado para teledirigir la política local catalana que para coordinar crisis sanitarias globales, y que haya tenido que transformarse por el camino. Pero más malo es que, en Canarias, la situación migratoria sea ingobernable, que represente en la actualidad un problema aún mayor que la propia pandemia, y que la solución ideada haya sido repartirnos a esas pobres personas, dudo mucho que con garantías sanitarias. Y ese es sólo uno de los frentes que tenemos abiertos. Lo he cogido al azar, pero puedes seguir por donde quieras.

En cuanto al virus, es malo que no sepamos todavía cómo funciona, y que las vacunas no hayan arrojado, de entrada, un resultado para tirar fuegos artificiales por curaciones milagrosas, como esperaban algunos. Pero más malo es que la tercera ola esté ya en ciernes, antes incluso de que termine la segunda, y que el motivo de su estallido no sea el otoño ni las bajas temperaturas. Está al caer por la temperatura del personal, que empieza a hartarse de tanto cuento chino, como si esto dependiera de atinar con el conejo y la chistera. Se han atacado (atacado, sí) a diversos sectores, sin saber muy bien por qué, y con consecuencias que todavía no sabemos hasta dónde alcanzarán. Y no vemos un plan definido de actuación. El problema que tenemos es muy serio.

Tengo claro el efecto devastador de un planteamiento de sangre, sudor y lágrimas. Pero está claro que no todas las enfermedades se entienden. Que muchas no se doman, ni se remedian. Que los infartos, el sida y el cáncer, todavía matan. Y que es más cuestión de aprender a vivir con esto que de preguntar hasta cuándo. Y empiezo a tener la sensación de que el propio covid ha venido de miedo para aplazar todo lo que daba pereza, impulsar todo lo que daba vergüenza, y echarle la culpa al de enfrente de todo lo que se nos escapa.

No puedo entender cómo en algunos sitios se han dado pasos, para que la vida siga, con soluciones concretas, y un sistema elemental de barrido de causas y consecuencias, y que en otros sitios, nos animen poco menos que a cruzar los dedos y encomendarnos al dios de las pandemias.

Con todo este cóctel molotov, me parece milagroso que la gente no se haya hartado.Qué mansos somos, y qué civilizados. Qué prueba tan grande de paciencia nos están poniendo.

Así que si hay que ponerle nombre a este año, tengo claro que para mí es el año de los mansos.