El ritmo veloz del tiempo acaba mostrando cómo nuestra Región se abre paso, a través la senda del futuro, hasta llegar a ocupar el puesto que por derecho le corresponde en la Historia. En nuestras latitudes, de clima idílico y gentes hospitalarias, la modernización llega con paso seguro gracias al gobierno providente que abre la puerta a los trenes de alta velocidad, soterrados o no, y aeropuertos internacionales llamados, un día u otro, a llenarse de viajeros. Esta aceleración nos lleva a un escenario triunfal, en el que a veces se exagera un poco, y podemos ser víctimas involuntarias de una exaltación febril que, aun bien intencionada, necesita un punto de moderación.

En el municipio murciano de Albudeite alguien se levantó de un humor excelente la mañana en que había de proponerse oficialmente la sustitución de algunos nombres de su callejero, al parecer tan insignificantes y poco representativos para la historia regional, como el del actor Francisco Rabal. Entre los nombres destinados a desaparecer figuraban Dolores Ibárrruri (casualmente tan comunista como Francisco Rabal), y el del poeta Vicente Medina, cuya mérito de haber convertido el habla dialectal murciana en vehículo de expresión cultural no debe de ser tan conocido, en ciertos círculos, como el de haber simpatizado con la política cultural del Frente Popular antes del estallido de la última Guerra Civil española del siglo XX. El nombre del poeta debía dejar su sitio para que se estampara el del Marqués de Albudeyte, porque la lira de los bardos es más liviana que la heráldica de piedra. Todo se explica porque en febrero de este glorioso año tan señalado e inolvidable, una delegación de la ciudad, encabezada por su alcalde, se acercó a Madrid para fortalecer el conocimiento mutuo entre el marqués y el municipio que da nombre al marquesado, con la noble intención de impulsar la cultura del pueblo.

Ante el previsible escándalo que se avecinaba, dirigentes de órganos políticos superiores al gobierno que dirige actualmente los destinos de la urbe, lograron la rectificación de la curia local, cosa que no resta un ápice de pintoresquismo a un acontecimiento como este, simpático y entretenido. Cabe preguntarse si la delegación municipal en peregrinación a la capital del reino, fue introducida a la presencia del Marqués de Albudeite por el imaginario Marqués de Leguineche; como si por un momento, Luis García Berlanga hubiera vuelto a la vida regalándonos otra obra genial.