Hace unas semanas, la escritora Elia Barceló publicó en El País un artículo, Premios para hombres, donde repasaba la desproporción entre los varones y las mujeres galardonados en distintos premios del Estado español, a favor, es fácil deducirlo, de los primeros. No es la primera vez, ni será la última, que se insiste en este fenómeno: las instituciones culturales están dirigidas por hombres, y premian a los hombres. Aunque un aplastante porcentaje del 63% de lectores sean mujeres, aunque estas escriban e investiguen, los seleccionados para ser reconocidos son varones.

Son muchas las razones de esta desigualdad, y no podemos detenernos aquí a exponerlas. El año pasado, en mayo, un nutrido grupo de escritoras, y algunos escritores, alzaron su voz para protestar «Contra el machismo literario, como reacción a la escasa presencia de escritoras en la Bienal de Novela Mario Vargas Llosa, que se celebra desde este lunes en la ciudad mexicana de Guadalajara». Desigualdades que pasaban por alto hace unos años son denunciadas de inmediato hoy, pues la sensibilidad contra una discriminación que afecta a la mitad de la humanidad no deja de crecer. Aunque esto, y es de lo que vamos a hablar aquí, no parezca haber llegado todavía a nuestra región, cuyos premios y programas culturales responden a una tónica obsoleta.

Nos referimos en concreto al premio Vargas Llosa de Novela que, desde el año 2013, convoca la Universidad de Murcia, la Fundación Caja Mediterráneo y la Cátedra Vargas Llosa de la Fundación Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, cuyo jurado está formado por don Francisco Florit Durán (presidente), doña Soledad Puértolas Villanueva, don Juan Jesús Armas Marcelo, don José María Pozuelo Yvancos y don Germán Vega García-Luengos (secretario). Como podemos observar, ya la misma composición del jurado inflinge la ley de Igualdad de 2007, que exige paridad en todas las instituciones y actos culturales, dado que de los cinco miembros solo uno es mujer. Un exiguo porcentaje que ni siquiera se repite entre los galardonados ya que, en la totalidad de sus ediciones, todos los premiados han sido varones.

Vinculado también de alguna manera a la Universidad de Murcia, puesto que el catedrático Javier Díez de Revenga, si bien es citado como vocal, actúa de presidente, el Premio Gerardo Diego de Investigación literaria, en sus veinte ediciones no solo jamás ha premiado a una investigadora, sino que solo en una ocasión la obra ganadora versaba sobre una mujer, en concreto sobre María Zambrano. Nos consta que la asociación Clásicas y Modernas ha denunciado esta circunstancia en alguna otra ocasión.

Argumentar que entre todos los manuscritos que se hayan presentado solo los firmados por varones merecen la distinción es ocultar, y ocultarse a sí mismos, que estamos sujetos a una educación estética exclusivamente masculina, que nuestra genealogía está integrada, a pesar de los esfuerzos de los últimos años por ampliarla, solo por varones, y que así es como nos formamos como lectores y lectoras, por lo que la producción de las mujeres se percibe como estrafalaria, rara o particular (cosa de mujeres); en definitiva, difícil de comprender para un canon y una academia que sigue leyendo a los hombres.

Por otra parte, la vinculación de estos premios con la Universidad de Murcia, cuya Unidad de Igualdad debería vigilar este tipo de asuntos, sugiere que esta institución descuida algunos aspectos en cuanto a igualdad de género se refiere.

La historia de la literatura está llena de marginación hacia las mujeres, despreciadas por sus colegas desde hace siglos; ´literatas´ era el término menos peyorativo que les dirigían. Lo sucedido en nuestro país con la obra de María Teresa León, oculta tras la de su compañero sentimental, Rafael Alberti, es una muestra de esta discriminación. Basta leer Memoria de la melancolía de María Teresa, y compararla con La arboleda perdida, de Alberti, memorias ambas que recorren los mismos años de la pareja, para apreciar los matices y la sensibilidad de la primera, frente al egocentrismo de Alberti; en cualquier caso, piénsese lo que se opine al respecto, el indiscutible valor de la obra de María Teresa, difícil de encontrar hasta ahora y, por fin, reeditada este mismo año. No obstante, ha sido él quien ha entrado en los libros de texto, y ningún, ninguna estudiante, tendrá el placer de encontrarse con las excelentes memorias de León durante su paso por la educación obligatoria. Y esto porque la inclusión de las mujeres en los libros de texto es todavía hoy anecdótica:

«El mayor estudio sobre la presencia de mujeres en los materiales educativos, que analizó 115 manuales de tres editoriales, contó de media un 7,5% de apariciones de mujeres en todas las asignaturas de ESO. Su autora, Ana López-Navajas, advierte de que los hombres y mujeres del futuro reciben todavía un ´conocimiento amputado´, un relato histórico incompleto basado ´en un canon cultural que se corresponde a los valores y espacios masculinos, y no a los de la totalidad de la población´» (El País).

Urge, pues, una revisión de los jurados de estos premios y de los criterios de selección y preselección, pues nos tememos que esa genealogía masculina esté impidiendo que la obra de las escritoras sea apreciada y valorada en su singularidad, tal y como merece.

La labor de investigación que desde hace unas décadas está recuperando la producción de escritoras, pintoras, científicas, no deja lugar a dudas sobre una invisibilización sistemática de las mujeres que se esconde tras el socorrido argumento de que ´no hay obras de calidad´,", pues, tal y como recogía con humor hace un par de años el lema de una campaña lanzada por CIMA, la asociación de mujeres cineastas, que sufren también esta discriminación, «Haberlas haylas».