Habrán observado de un tiempo a esta parte que cada vez hay más voces autorizadas que cuestionan el modelo bilingüe en la enseñanza murciana. No es éste un fenómeno exclusivo de nuestra Región; en toda España hay debates sobre si tiene sentido educar a las nuevas generaciones en un idioma distinto al español, habida cuenta el nulo dominio de nuestra lengua materna con el que los estudiantes se gradúan en sus colegios o institutos.

En lo referente al sistema educativo bilingüe, que es el objeto de este artículo, conviene recordar sus orígenes: surgió como un modelo elitista y discriminatorio... en el buen sentido de ambos términos. Ante la imposibilidad de realizar clases en las que se separase a los alumnos por su nivel y/o capacidad intelectual, muchos institutos entendieron que ofrecer líneas bilingües podría ser la solución: además de requerir el esfuerzo extra de estudiar en otro idioma, los estudiantes que por voluntad propia o paterna eligieran ese modelo de enseñanza tendrían dos horas extra de clase a la semana, lo que provocaría una discriminación natural entre los alumnos que más se esfuerzan y los demás.

Durante muchos años el prácticamente único uso que tuvo el sistema fue ése: permitir que los mejores estudiantes compartieran un aula en la que los profesores pudieran exprimir al máximo sus capacidades. El aprendizaje del segundo idioma era un objetivo secundario, y así lo entendía la comunidad educativa en su conjunto.

El gran problema de este sistema, que suscita las críticas que se reproducen ahora, viene motivado por dos vías: la primera, que los padres que por el legítimo motivo que fuera decidieran escolarizar a sus hijos exclusivamente en español sabían que sus hijos no iban a tener ni a los mejores compañeros, que están en las líneas bilingües, ni a los mejores profesores, que teniendo la capacidad de decidir a qué grupo querían instruir siempre iban a priorizar a aquellos. En segundo término, y más importante que el anterior, la evaluación de resultados del nivel del segundo idioma de los estudiantes que acaban el colegio/instituto en programas bilingües no es, en contra de lo que promete el sistema, ni medianamente cercano al pleno dominio del idioma.

Desgraciadamente, comparar el nivel de inglés de cualquier chico de instituto bilingüe con el de cualquier estudiante de El Limonar o del Kings College es, sencillamente, una quimera. Ni el grado de inmersión es el mismo, ni los materiales que manejan son equiparables, ni los profesores tienen el mismo dominio de la lengua.

Estudiar en un sistema bilingüe tiene desventajas obvias: mientras se prioriza el aprendizaje de vocabulario en otro idioma en temas transversales se pierde tiempo en instruir en conocimientos técnicos sobre la materia. Ese perjuicio puede compensarse por el mayor conocimiento de una lengua extranjera, que a la postre es un elemento fundamental para la futura empleabilidad de cualquier alumno; pero si esto no se garantiza los críticos tienen razones de sobra para entender que el modelo debe ser, cuanto menos, repensado de principio a fin.

Ahora que casi todos los colegios e institutos de la Región son bilingües, y por tanto el elemento de discriminación positiva se ha eliminado, el Ejecutivo tiene que hacer un esfuerzo extra por formar a los profesores en el idioma, en pedagogía plurilingüe, en adquirir materiales adecuados y en hacer una evaluación de diagnóstico que año a año compruebe si los resultados son o no satisfactorios.

Tenemos una joya en la enseñanza pública que no sabemos si es un diamante o es bisutería. Mientras lo descubrimos, bien haríamos en saber si queriendo mejorar la vida de nuestros hijos estamos contribuyendo a dificultársela.Es hora de descubrir qué hay detrás del eslogan.