Si hay un estado de ánimo que puede describir mejor el momento presente ese es el de la melancolía. Un sentimiento al que la filósofa y ensayista neerlandesa Joke J. Hermsen dedica un brillante análisis desde la Antigüedad hasta nuestros días en uno de los mejores libros que han caído en mis manos en los últimos años: La melancolía en tiempos de incertidumbre (Siruela, 2019). La melancolía es un estado de ánimo que nos une a través de fronteras físicas y temporales y es difícil encontrar un periodo histórico o una cultura sin rastro de sentimientos melancólicos.

Como afirma Hermsen, en el curso de la historia ha ido cambiando nuestra manera de entenderla. Tanto la forma que adopta como la consideración que tiene y los métodos de tratamiento que se aplican dependen de las circunstancias sociopolíticas y las corrientes médicas dominantes en cada momento. En nuestro mercantilizado mundo ha desembocado en la depresión y el gran negocio de la prescripción de fármacos para combatirla, siempre desde unas claves físicas.

La batalla está servida, por lo que este libro mantiene una declaración de principios: si no queremos que siga aumentando el número de víctimas sin que podamos hacer nada, tenemos que observar la melancolía desde un contexto histórico y cultural más amplio. Y no basta, por lo que la intelectual holandesa apuesta por aplicar también un enfoque filosófico al análisis de la melancolía clásica y la depresión moderna. Porque los estados de ánimo sombríos pueden dar lugar a una conciencia melancólica del carácter transitorio de la vida que estimule nuestra creatividad y solidaridad, o bien a una variante patológica de la depresión en la que predomine el desaliento, la angustia y la impotencia. Desde que el mundo es mundo, el ser humano ha tenido que hacer frente a pérdidas, decepciones y contratiempos, pero da la impresión de que en la actualidad estamos peor preparados que nunca para ello.

Se nos habla de un basto recorrido histórico desde la Grecia clásica, con referencias especialmente a Platón y su visión ´patológica´ o ´privilegiada´ de la melancolía, o Aristóteles. Y ello, pese a las distintas consideraciones que ha tenido la melancolía a lo largo del tiempo, porque se trata de un sentimiento universal que traspasa fronteras físicas y temporales. Siempre ha ocupado un lugar en el espectro de los sentimientos humanos, a lo largo de los siglos, y en todas las culturas.

La melancolía tiene que ver con la conciencia del transcurso del tiempo y el carácter transitorio de la vida, que nos hace volver la mirada y ver lo que ha quedado atrás, lo que hemos perdido. De la acedía medieval que se refería al aburrimiento y apatía de los monjes dedicados al estudio en el convento, a la valoración de algunos de sus aspectos en el Renacimiento. En especial su vinculación con la sabiduría, y que tiene su exponente en el grabado Melancolía I de Alberto Durero, del año 1514, representada por una figura femenina y numerosas referencias al conocimiento.

Aunque pueda resultarnos extraño la melancolía se ha ligado a lo largo del tiempo a la creatividad, a esos estados en los que la persona se encuentra con lo más profundo de su ser a la hora de acercarse al sentido de la trascendencia. Es el momento en el que se desarrollan las cualidades artísticas a través de la pintura, la música, la escultura, la literatura? La creación, en suma. Y tiene que ver con esa relación de equilibrio entre la naturaleza humana y el tiempo, el cronos, el que es capaz de marcar los derroteros por el que pasamos los humanos en nuestra relación con la existencia.

Con interesantes referencias a la filósofa rusa Lou Salomé, prolífica escritora y pensadora y su ´yo interior´, lamentablemente encajonada para el gran público con la burda referencia por haber sido musa de Freud, Rilke y Nietzsche. También reflexiona sobre la melancolía vinculada a otros grandes pensadores como Kierkegaard o Henri Bergson y, sobre todo a Hannah Arendt. Amén de que, en tiempos de posverdad, totalitarismos y populismos, no podemos dejar de lado esa mirada que la melancolía ofrece para estar presentes en todo lo que hagamos y mantener vivo ´el diálogo sobre el mundo´. Una perspectiva radical y abierta de la melancolía frente al miedo, el individualismo y la sensación de fracaso, con la capacidad de empezar de nuevo, en cada instante, en cada momento en el que parezcamos desfallecer. Sin olvidar el epílogo con la melancolía de la esperanza de Ernst Bloch, porque la melancolía causada por la pérdida lleva implícita una promesa, la esperanza en un nuevo comienzo.