Subir o bajar un escalón, o una acera, leer un cartel, escuchar un aviso por megafonía, comprender un folleto lleno de consejos, normas y recomendaciones. Vivir. Todas estas y muchas más son situaciones rutinarias, a las que todos nos enfrentamos día a día, que nos encontramos continuamente en nuestro deambular por la vida y que la mayoría de las personas ejecutan de forma autómata, sin pensarlo, sin detenerse ni un instante a plantearse cómo hacerlo, la mayoría de las personas pueden hacerlo y lo hacen sin más. Para otras, en cambio, son barreras infranqueables, obstáculos imposibles de rebasar, retos que se les ponen delante cada vez que se lanzan a este nuestro mundo, el que nos hemos creado nosotros mismos, que se nos presenta igual para todos, pero que dista mucho de ser igualitario.

Un buen amigo planteaba hace unos días el supuesto de que todos los seres humanos carecieran del sentido de la vista. Añadía que, probablemente, hubiéramos organizado nuestra forma de vivir y nuestra sociedad adaptada a esta circunstancia, sin que nadie le diera más relevancia, sería algo del todo natural. Y concluía que así debería actuarse tanto con las personas ciegas o con baja visión, como con todos aquellos que padecen otras enfermedades y que se topan a diario con los muros que les hemos puesto delante, porque nos olvidamos de que son tan personas como cualquiera, con las mismas obligaciones y los mismos derechos, con sus sentimientos, con sus objetivos y sus deseos, también con sus sufrimientos y tristezas, con las mismas ganas de disfrutar de una vida plena, como cualquiera. No se lo pongamos más complicado y hagámosles y hagámonos la vida más fácil.

Un año más, el 3 de diciembre se conmemoró el Día Internacional de las Personas con Discapacidad, el día de todos nosotros, porque todos nos hemos sentido incapaces alguna vez y porque la enfermedad y la edad limitan nuestros movimientos, nuestros comportamientos, nuestra forma de hacer las cosas. Nuestro ayuntamiento de Cartagena lo celebró como se celebra todo en esta nueva era del Covid-19, con un encuentro telemático al que asistieron, a través de sus pantallas, representantes de la mayoría de las organizaciones y asociaciones que trabajan con colectivos de personas con discapacidad. La alcaldesa destacó el empeño municipal por dar mayor visibilidad a los problemas y las necesidades que tienen, así como el objetivo que se han marcado para construir una ciudad accesible de la que podamos disfrutar todos, sin límites ni barreras.

El encuentro culminó con la proyección de un vídeo que todos podemos y debemos ver y escuchar con atención en la web y las redes sociales del Ayuntamiento y que han titulado «La discapacidad en tiempos de pandemia». La grabación incluye testimonios de personas con distintas capacidades y sus familiares. Expresan cómo han vivido el confinamiento y cómo siguen haciendo frente a las recomendaciones y restricciones que rigen nuestra vida en estos momentos. Para quienes no ven, no oyen, tienen problemas de comprensión o limitaciones de movilidad el aislamiento ha sido mayor, más duro en muchos casos que para el resto. Porque no han podido usar su tacto para localizar los botes de gel hidroalcohólico, porque no han podido leer los labios que ocultan las mascarillas, porque los circuitos del protocolo Covid eran estrechos y tortuosos para sus sillas de ruedas o porque tanta norma y restricción tan cambiante se ha hecho difícil de entender y asimilar con la suficiente claridad.

La pandemia ha levantado nuevas barreras para todos y nos ha obligado a dar más de nosotros mismos para superarlas. La adaptación al coronavirus le ha costado mucho más a las personas con discapacidad, pero como todos, no han tenido más remedio que asumirlo y afrontarlo.

El vídeo concluye con las perspectivas de futuro, los deseos y los proyectos de sus protagonistas sobre qué piensan hacer cuando todo esto pase. Quizá imaginen que sus palabras son grandilocuentes, que sus experiencias han sido dramáticas, que sus proyectos son utópicos, pero nada más lejos de la realidad. Las vivencias que narran de tantas semanas encerrados, los deseos de que todo pase cuanto antes y sus planes para cuando llegue ese día son similares a los de cualquier otra persona. Nada de dramas ni heroicidades, solo normalidad y naturalidad, con los mismos miedos, la misma pena y la misma ansiedad que el resto, con alguna dificultad extra, pero la mayor parte de ellas se las imponemos todos los demás. Cuesta menos de lo que pensamos poner los medios para ayudar al que no ve, al que no oye, al que le cuesta entendernos, al que le cuesta o no puede moverse. Cuesta menos de lo que pensamos ponernos en la piel del otro y solucionar sus problemas, eliminar sus barreras o empujarle para superarlas.

Hay personas con muchas dificultades para enfrentarse a su día a día y otras que lo tienen más sencillo, pero los auténticos discapacitados son quienes pasan por la vida sin barreras que superar, sin dificultades ante las que tratar de imponerse y sin metas a las que llegar.