Hemos empezado muy pronto a pensar en el año que viene. Debe de ser por las ganas de que se termine este aciago 2020. Llegan las previsiones de la prestigiosa revista The Economist, biblia del mundo empresarial y la prospectiva, que habitualmente marcaban la agenda de lo que estaba por venir. Esta vez, con un mundo sumido en la incertidumbre, lo han tenido más complicado. Sí, anuncian obviedades como que Biden tomará posesión, que Alemania tendrá un nuevo líder, que habrá un nuevo capítulo del culebrón del Brexit o que, si no pasa nada, se celebrarán los Juegos de Tokyo?

Pero la palabra clave del 2021 será Aftershock (réplica), es decir, cómo responderá el mundo al desafío económico, político y médico tras el shock de la pandemia. En suma, que en las previsiones para el año 21 hay pocas certezas: «Especulación sobre posibles escenarios y profecías provocadoras» son las palabras que utiliza el semanario británico. Y hay una angustiosa pregunta: ¿Qué vamos a hacer? Estamos ante una enorme incertidumbre semejante a la metáfora anglosajona del elefante en la habitación. Es decir, una presencia apabullante e incómoda, que fingimos ignorar hablando de nimiedades. Por supuesto, el elefante en la habitación es, en este momento, el virus.

En España, parece que tenemos más claro cómo será nuestro 21. El presidente del Gobierno ya ha dado, incluso, el calendario de vacunación. Personal y ancianos en residencias, sanitarios y discapacitados, de enero a marzo. De marzo a junio, otros grupos y así hasta vacunar a todos. Le ha faltado dar la cita, con el día y la hora, en el ambulatorio correspondiente.

Por si fuera poca previsión, el Gobierno, mucho más generoso que los rácanos vecinos europeos, ha comprado 140 millones de vacunas para una población de 45 millones. Debe de ser por si se rompe alguna, por si hay que repetir dosis o por si las repartimos altruistamente en el Tercer Mundo. En cualquier caso, más vale que sobren que no que falten, como ya se demostró con las mascarillas. No cabe duda de que a nuestro presidente no le falta ambición. No conformándose con tenerlo todo previsto para el año que viene, que ya estaría bien, nos ha sorprendido con un plan que llega hasta 2026.

Es decir, más allá de las próximas elecciones, por lo que es de suponer que ya da por descontado que las ganará o que, en su defecto, quien las gane asumirá su plan. Le ha puesto un título lo suficientemente neutro para que sirva en cualquiera de los supuestos y sea fácil de asumir por cualquiera: «La España que nos merecemos». Si va bien, será porque ya era hora de que nos tocara algo bueno. Y si va mal, será porque no tenemos arreglo y nos tenemos bien merecido lo que nos pase.

El presidente se ha prodigado en hermosas frases plagadas de optimismo. «Hoy asistimos a un descenso significativo del nivel de contagio y tenemos la esperanza de doblegar la curva en poco tiempo», proclama vaticinando la luz al final del túnel. Y añade en la misma línea: «Nos acercamos a la tercera y definitiva etapa para superar esta pandemia». Sorprende su confianza en el mañana.

De tanto pensar en el futuro, parece haber olvidado el pasado. Da la impresión de que ya no recuerda que, en este mismo 2020, el domingo 8 de marzo no sabía qué iba a pasar el lunes 9. O que España, con su Gobierno a la cabeza, se fue de vacaciones en agosto sin tener prevista la segunda ola, que con tanta virulencia azota ahora a los asturianos. ¿Habrá una tercera? Por si acaso, mejor ser prudente. Con los planes tan concretos de salida de la crisis el Gobierno da esperanza a la población, lo que es necesario, pero también da alas para que se lance a las calles como hizo el pasado fin de semana en la mayor parte de España.

El ser humano es como es. Tropieza dos veces en la misma piedra. Tiende a olvidar con facilidad lo malo y a ilusionarse con un porvenir en cuanto le dan el menor motivo. Es comprensible, es, como la propia palabra lo dice, humano. Soñar es gratis y el ciudadano puede permitirse el lujo -uno de los pocos que le quedan- de soñar. Pero el Gobierno no puede, ni debe tomarse el futuro como si fuera ciencia ficción. Ojalá todo se cumpla y el martes 19 de enero, como ha anunciado con sorprendente precisión el ministro de Sanidad, se empiecen a ver ante los ambulatorios las primeras colas de quienes se van a vacunar.