El caballito de mar, o hipocampo, es un pez de la familia de los signátidos, que incluye otras especies como los peces pipa, de los cuales hay hasta cincuenta seis tipos distintos, según nos dicen las enciclopedias, entre los que se encuentran, por ejemplo, los llamativos dragones marinos. Los peces de esta familia tienen el cuerpo alargado, cubierto de placas óseas que, al entrelazarse, hace que su cuerpo sea rígido, lo que explica su peculiar forma de nadar, erguidos, ayudados por la aleta dorsal. Pero la característica que los hace únicos no es ninguna de estas, sino su sistema de reproducción. La hembra, llegado el momento, deposita los huevos en la cavidad torácica del macho, donde este los insemina y, posteriormente, los incuba. El caballito de mar, el hipocampo, es un ejemplo más de que en la naturaleza podemos encontrar muchas respuestas, y que decantarse por una es, siempre, una decisión cultural.

En el Mar Menor hay, ahora mismo, 1.320 caballitos de mar. Eso nos dice, al menos, la asociación Hippocampus, que hacía público la semana pasada su último informe. Hace dos años eran 46.750 ejemplares los que poblaban la laguna. 45.430 caballitos de mar han muerto, en las aguas del Mar Menor, desde el año 2018. Pero es que, nos dice la noticia publicada en este mismo medio, en los años 90 eran ´millones de ejemplares´ los que recorrían sus aguas. Algún día deberemos preguntarnos en aras de qué dios hemos realizado este inmenso sacrificio, cuyas víctimas se cuentan por millones. Y qué hemos obtenido a cambio.

También la semana pasada se aprobaba la creación de la Cátedra de Derechos Humanos y Derechos de la Naturaleza de la Universidad de Murcia, encabezada por la profesora Teresa Vicente y apoyada por Ecologistas en Acción, Amnistía Internacional y la Asamblea Regional de Murcia. Su primera acción va a ser apoyar la ILP que busca convertir el Mar Menor en sujeto de derechos, una propuesta aceptada para su tramitación en el Parlamento y que se encuentra en trámite de recogida de firmas. Se necesitan 500.000 firmas para que sea discutida en el pleno, y hay puntos para firmar en diversos lugares de la Región (Plaza de Santo Domingo en Murcia, Carrefour de Alfonso XIII en Cartagena, junto al faro en Cabo Palos) y muy pronto de España. De esta forma, dice la ILP, será posible avanzar en la protección de la laguna. Esto parece que no ha sentado nada bien ni al Partido Popular ni a Ciudadanos, que han pedido al presidente de la Asamblea, Alberto Castillo, la revisión y anulación del convenio, algo que éste ha procedido a realizar, según aparece en diversos medios, al ´sentirse engañado´.

Llega a mis manos un libro con un título hermoso: Utopía no es una isla. Catálogo de mundos mejores, firmado por Layla Martínez y publicado por una pequeña editorial, Episkaia. El libro empieza en la celda de Tomás Moro, horas antes de su muerte, y nos transporta en un viaje por diversas formas de utopía y cómo han sido capaces de mover el mundo, de unir a personas dispares en la búsqueda de un futuro común y, por qué no, mejor que el presente. También nos habla de cómo estos sueños se marchitan, cómo algunos terminan en pesadillas, o arrasados por los enemigos o, simplemente, se muestran estériles, incapaces de dar a luz el futuro que habían prometido. Es un libro adictivo, que no hace sino mostrarnos lo necesitados que estamos de utopías. De pensar que, por qué no, tal vez podamos tener un futuro mejor que nuestro presente. Que los peligros que atravesamos y los que nos esperan, que la pandemia y el cambio climático pueden llevarnos a algún otro sitio. Que sí hay alternativa y que el futuro no se ha cancelado.

El déficit de utopía es el principal de nuestros problemas. Incapaces de imaginar un futuro distinto nos aferramos a nuestras viejas normalidades, a nuestras prácticas de siempre, a nuestras miserias compartidas y no levantamos la vista del suelo buscando el horizonte. Layla Martínez nos recuerda que hemos sido capaces de ello en el pasado, que incluso lo hemos llevado a la práctica. De forma incompleta e imperfecta, equivocándonos y retrocediendo mil pasos por cada uno que avanzábamos, pero que eso es, básicamente, en lo que consiste ser humano.

¿Podemos pensar un mundo mejor? ¿Cómo hacerlo, cuando hemos perdido la costumbre? Tal vez debamos probar con cosas simples, estamos, a fin de cuentas, desentrenados. Empecemos por algo pequeño, algo sencillo. ¿Podemos imaginar un mundo donde millones de caballitos de mar habiten el Mar Menor? Si es así, si podemos hacer esto, ya tenemos un comienzo. Ahora sólo hace falta echar a andar.

Y busquen el libro de Layla Martínez que, me dicen por ahí, está disponible en Libros Traperos. No les defraudará.