El tiempo de Adviento es el periodo durante el que se espera el nacimiento de Jesús en la Tierra, la venida del Salvador al mundo. Es el tiempo de preparación espiritual para el Adventus Redemptoris, para la venida del Redentor.Sé que teniendo en cuenta que el comienzo del adviento coincide con el pistoletazo de salida del Black Friday, y con el inicio comercial de la temporada navideña, el Adviento parece ser, más bien, un invento americano, una técnica de merchandising al estilo del Halloween ese horroroso y horteraca que está tan de moda en estos tiempos. Más aún ahora que proliferan los calendarios de adviento (de pequeña no recordaba que existieran).

Al igual que la Semana Santa, que aquí la identificamos con morcillas y longaniza, y si puede ser, preparando el traje de huertano, de algún modo esas dos dimensiones, la terrenal y la espiritual, del mismo acontecimiento, conviven entre sí sin aparente conflicto. De puertas para afuera, todos hacemos prácticamente las mismas cosas, pero interiormente unos lo viven de un modo más espiritual y más elevado que otros. Esperan, sin ninguna duda, la llegada de Dios al mundo, a cada una de sus vidas, y se preparan para ello.

Sin embargo, Dios llega para todos. También para los que los que no tienen el menor pensamiento trascendental ni espiritual sobre la Navidad. No verle el sentido cristiano a la Navidad puede parecer una visión hipersuperficial y materialista de las navidades, pero eso no le quita el sentido.

Las cosas se ordenan de modo que, tanto los que celebran el nacimiento de Cristo, como los que celebran una fiesta familiar sin más recorrido, se unen en torno a palabras como amor, paz y felicidad. Precisamente lo que Dios quiere para cada uno. No lo sabíamos, pero de un modo u otro, celebramos el nacimiento de Jesús.

A mí me parece muy triste una vida sin perspectiva trascendental. Leí que Mark Twain decía que había dos días importantes en la vida de toda persona: el día en que cada uno había nacido, y el día en que descubría para qué. Qué importante es saber que no es casual nuestra existencia, que importamos y que importa lo que hagamos. El descubrimiento de esa misión puede llevar toda la vida. Por eso no importa cuánto se tarde en saber esa segunda cuestión de para qué habíamos nacido. Y los tiempos de Dios no son los nuestros, Dios espera paciente, incluso a los que no tienen el menor pensamiento de prepararse ni espiritual ni mentalmente para la llegada de nada. También están en el plan de Dios.

Este año, con el dichoso covid, vamos a vivir por primera vez unas Navidades íntimas. Sólo con la familia más allegada, excluyendo a primos o a tíos, queridos y echados de menos, pero que por prudencia por el contagio, o por la multa, no podrán compartir con nosotros la celebración del nacimiento de Cristo, que es en realidad lo único que se celebra.

Si Dios quiere, el año que viene podrá volver a ser multitudinario, podremos volver a estar con todos los familiares y amigos que se dejen invitar y acompañar, y quién sabe si después de habernos visto desnudos y frágiles frente a los envites del covid, podremos dar gracias a Dios por nuestra familia, por tener paz, un hogar, salud y tantas cosas que todos los años vuelven a caer de regalo por Navidad.