La rueda del tiempo es eficaz y callada, tanto que apenas nos percatamos de algo que ha vuelto a suceder con periódica exactitud. Acaba encenderse la primera vela de adviento, y con ella debería renovarse un viejo mandato evangélico para el que ya no hay voz ni oídos: «Vigilad y estad atentos». Evangélico o no, es un buen consejo de validez universal. Y si abrimos bien los ojos veremos que nos precipitamos, inexorablemente, a los días de navidad. Lo sabemos porque un coro de voces lastimosas grita con denuedo en medio de la pandemia que nos aflige: «¡Salvémosla!, ¡salvémosla!». Pero por navidad solo se refieren a la campaña de compras estacionales, coincidente con una suerte de vacaciones de invierno que nos hemos dado en la legislación laboral.

Antaño eran días festivos en los que la humanidad mostraba su alegría ante el triunfo de la vida y de la luz, al retirarse paulatinamente las sombras de la noche. Hubo un tiempo, incluso, en que por estas fechas se celebraba el nacimiento de cierto dios carpintero, quien vino al mundo de manera dudosa, salido del vientre de una joven que llegó embarazada al matrimonio con un hombre a quien no había visto jamás; el cual afortunadamente, tanto por evitar el escándalo como por eludir la severa ley contra las adúlteras, asumió reconocer a la criatura como propia en cuanto naciera.

En los días de nuestros abuelos se hacían figurillas imitando el establo en que, según la fama, el modesto grupo había tenido que refugiarse. No mucho después se convirtieron en una humilde familia palestina exilada en Egipto por temor a caer bajo la espada de cierto gobernante sanguinario, célebre por acuchillar poblaciones infantiles de aldeas enteras. El niño no salió de su marginalidad. Pasó el resto de su vida acompañado por enfermos, pobres o prostitutas hasta que, inocente de toda culpa, fue públicamente ejecutado apenas superados los treinta años.

Pero no hay quien crea estas chifladuras, estos cuentos de viejas, ni tampoco que en navidad se haya celebrado pobreza, y humildad tanto como condenado opresión y violencia. La epidemia amenaza con destruir la navidad, sí, una navidad que es tiempo de fiesta inconsciente y frenética, de compra, exceso, gasto y ruido. El único dolor sincero en tales días será el que provoque la resaca después de cada cena.

Esa navidad es la piden que salvemos de los rigores de la pandemia global.