Miguel Ángel Quintana Paz, a la postre uno de los mejores filósofos de la derecha española, define a James Rhodes de la siguiente forma: «Rhodes es un poco como ese guiri que de niños conocíamos de veraneo en Estepona: el primer día todos querían hablarle; el quinto día, ser su amigo; el octavo ya le empezabas a ver cosas plastas; y cuando volvías al cole el día 15 le dabas unas señas falsas en Móstoles, no fuera a escribirte».

Con esta introducción, y por si alguno de ustedes tiene la fortuna de no haber escuchado hablar jamás de este personaje, procedo a presentarles al ´guiri´.

James Rhodes es un pianista inglés que se hizo famoso hace unos cuantos años por tuitear lo mucho que le encantaba España y lo feliz que se encontraba en nuestras fronteras. Relataba episodios de inmensa alegría que le habían salvado de la vida tormentosa de todo artista. Esencialmente decía que en nuestro país somos muy amables, muy elocuentes, bebemos alcohol en plazas públicas como si no hubiera un mañana y disfrutamos del sol como si fuéramos caracoles. Por supuesto, ninguna idea novedosa en relación a lo que usted o yo sabemos que es España, pero ya sabe que la izquierda no puede sentir orgullo patrio a menos que haya algún extranjero que legitime su afectación (ay, el término ´cosmopaleto´, qué bendición para el vocablo castellano).

James, como todo artista madrileño mediocre que se precie, enseguida entendió que su lugar en el mundo estaba con los de su especie, es decir, con Podemos y toda su amalgama infiltrada en el PSOE, donde por supuesto incluimos al presidente del Gobierno de nuestra gran nación. Muy rapidito, incluso antes de que las corrientes de liberales tuiteros pudieran sobreponerse a que un británico hable bien de España sin ser displicente, nuestro amigo Rhodes empezó a dejar de ejercer de embajador del país para empezar a ser el tonto útil de Manuela (Carmena), Pedro (Sánchez) y Pablo (Iglesias). Por supuesto, otro rasgo de la deficiencia cognitiva de todo izquierdoso que se precie es tratar a los representantes públicos por su nombre de pila, como si de verdad prefirieran pasar su tiempo libre con el pueblo en una plaza en vez de en su mansión en Galapagar. Pero sobre ese tema hablaremos otro día.

En fin, que cuando comenzó el periodo electoral en Madrid, a nuestro amigo James ya le habían invitado dos veces a Moncloa, había tocado el piano como artista invitado en los Goya, había sido imagen en televisión de un gran banco y había ido a más mítines del PSOE que Felipe González. El mismo que entró en los hogares españoles por entender que España era un lugar de paz, amor y felicidad al que básicamente uno viene a que le dejen en paz, se convirtió de la noche a la mañana en un activista podemita cuya función esencial es actuar de mamporrero de la izquierda radical a golpe de insulto a cualquier figura medianamente relevante de la derecha, como si ser ´un guiri simpático´ fuera eximente de ser considerado como un ser despreciable por el común de los mortales.

Su última ´víctima´ fue hace unos días el alcalde de Madrid, del que se rio en Twitter por ser de baja estatura física, obviando que ya quisiera él llegarle a Almeida a la punta de la suela de sus zapatos.

No reproduzco en estas páginas la respuesta que le dio Juan Carlos Girauta a nuestro James porque hay niños que leen el periódico, pero vamos, se pueden hacer a la idea. Que para mediocres ya teníamos a los patrios, no necesitábamos importarlos.

Enough of you, Mr. Rhodes.