Así aparecerá en Navidades, tanto en género masculino como femenino, la mayor amenaza infecciosa de las celebraciones

El ´cuñao´: animal antropomorfo, vocinglero, pegajoso en lo afectivo, discutidor, instigador de rencillas familiares y enemigo de la norma.

Si quedaba algo de esperanza para evitar la devastación que provoca cuando se sopesaba dejar los invitados a Nochebuena o Nochevieja en seis familiares directos, el peligro se presenta con toda su crudeza a subir a diez la alineación de los que se sentarán a compartir manjares alrededor de la mesa.

Fatalmente para la convivencia navideña sosegada, la decena encaja con el modelo familiar de nuestra España dedicada en natalidad, hace ya casi tres generaciones, a la tasa de reposición como mucho de los dos progenitores y a ser posible en parejita niño-niña o viceversa. Así que todo encaja: dos abuelos en rotación, los cuatro padres y otros tantos niños.

Cualquier adenda familiar en forma de tíos, primos, hermanos solteros o divorciados, religiosos célibes (que algunos quedan) y otros parentescos que cuelgan de las ramas del mismo árbol genealógico, se colarán igualmente de soslayo aún a costa de saltarse la legalidad vigente.

Pero nada tan cierto para el contagio del coronavirus como el ´cuñao´. Un arma de destrucción masiva con pies, cual caballo de Troya, que franqueará la puerta de nuestra casa, esa decorada con la horrible corona de muérdago que vaya manía que tenemos con copiar hasta la iconografía anglosajona del siglo Dieciocho.

Colado ya en la intimidad del hogar ajeno, el susodicho se transformará en la pesadilla de los epidemiólogos que rastrean los casos positivos: el ´súper contagiador´ asintomático.

Al llegar el infectado, llamará al timbre con una mascarilla por debajo de la nariz que se quitará antes que el abrigo. Abrazará y besuqueará sin posibilidad de defenderse a todo el clan familiar antes de rodear la mesa como si de un asedio indio al fortín de los vaqueros se tratara. Toquiteará la vajilla y las copas, picoteará los entremeses fríos y calientes y estornudará como un aspersor de riego con la alergia de que le provocan los alfajores.

Hablará en la mesa como si estuviera arengando a una legión romana y se arrancará a cantar villancicos hasta marcar la vena yugular. Tras su paso, dejará desolación y enfermedad. Cuidado con las celebraciones de Navidad porque con más o menos patanería, cualquiera podemos ser el ´cuñao´. Dicen los expertos que estará en una de cada cuatro mesas navideñas.