Cuando muchos empleados y empleadas públicas llegan a los 65 años, lo único que se nos ocurre es enviarles una carta de agradecimiento por los servicios prestados, y seguidamente tiramos de la cadena.

La Administración pública no está afrontando el gran problema que tiene: el envejecimiento de su plantilla. No existe la más mínima hoja de ruta para reformar en profundidad una Administración que hace aguas por todas partes. Llevamos camino de seguir a los dinosaurios, extinguirnos, pero nosotros por idiotas e incompetentes.

Pero sobre todo no nos podemos permitir el lujo de seguir desperdiciando el mayor valor que tiene la Administración, el conocimiento que solo lo dan años de expedientes e informes, de deshacer nudos y entuertos, de bailar, a veces, con la parte más fea de un proceso.

En vez de aprovechar todo este valor añadido llevamos años despreciando talento, pero, sobre todo, experiencia.

Muchos compañeros y compañeras empiezan a abrir el camino de aquella generación del ´baby boom´, y en vez de poner alfombras rojas, en los últimos años de su trayectoria profesional ponemos piedras en el camino. Somos incluso capaces de tirar por la borda de la ignorancia a profesionales porque no han presentado un papel dos días antes de tiempo, volvemos de nuevo a ser débiles con los poderosos y poderosos e intransigentes con los débiles.

El propio número tres del partido popular, el senador Maroto, hizo trampas para poder ser miembro de la Cámara Alta, y la Administración calló; en cambio, somos inflexibles cuando a un contribuyente le exigimos que esté de alta en un domicilio al menos un año antes de la apertura de un proceso administrativo; si no cumple esa condición, aunque sea por un solo día, somos implacables y hacemos caer el peso de ley con toda su contundencia e intransigencia.

Lo peor de todo es que el horizonte que se avista no trae luz ni claros; al contrario, la oscuridad y la materia gris, sigue siendo lo que se ve cuando se hace una resonancia magnética en la cabeza de las Administraciones públicas. Ya lo decía mi padre: No le pidas peras al olmo.

Sería fantástico que de una vez por todas apareciera alguien que pusiera en el centro del escenario público lo mejor que tiene la Administración: sus trabajadores y trabajadoras. Seguir tratando a los servidores públicos como clínex de usar y tirar solo nos lleva a que el conocimiento siga marchándose por las tuberías del olvido cuando alguien tira de la cadena tras firmar la carta de la jubilación.