Imagínense un diputado condenado por violencia de género. Ha matado a su mujer, pero eran otros tiempos. Ahora ha cambiado. Es un hombre nuevo. Incluso preside la Comisión de Género del Parlamento porque tiene mucho que enseñarnos al respecto. Y eso que hasta hace poco se le escuchaba en el bar reír con sus compañeros y vanagloriarse de que mató a su mujer. Aún, con la boca pequeña, entre susurros, se le escapa un «se lo merecía» y que la mató porque ´era suya´. Ser hombre comporta muchos sacrificios, verán. Este hombre hizo un acto malo, pero no hay que cebarse con él. El pasado es algo lo suficientemente líquido como para amoldarse al recipiente. Incluso ha llegado a decir este político por la tele, ahora que viste corbata y chaqueta, que a veces se arrepiente de ´la violencia ejercida´ (nunca nombra la palabra asesinato). Pareciera el hombre nuevo nietzscheano. Viene a la política para ilustrarnos sobre cómo se debe ser persona y para prevenir a las mujeres de los hombres malvados. Pero él ya no lo es. Malo, me refiero. Es el más justo entre los seres justos. Larga vida al diputado y muchas flores para la víctima. Sin embargo, estos impíos políticos de la oposición se empeñan en mirar al pasado como arqueólogos vengativos. ¿Qué les importará a ellos la víctima, si esto sucedió hace veinte años? Dicen que muchos compartían ascensor con ella, o incluso amistad. No entienden que la nueva política construye puentes con el pasado y no presas. Que fluya el agua. Que no conviertan la corriente en oportunismo vil.

La estupefacción que sentimos muchos al comprobar que Bildu se ha convertido en un socio de Gobierno puede ser similar al ejemplo anterior, totalmente ficticio. A los políticos no solamente se les debe exigir buena gestión (aunque este parámetro hace años que se olvidó), sino ejemplaridad en el futuro, en el presente, pero también en el pasado. Y en este aspecto me encontrarán en frente del tablero cuando se intente normalizar la historia de nuestra país. ETA existió y asesinó a más de 800 personas y muchos de los políticos que hoy forman Bildu han sido condenados en firme por pertenencia a banda armada o llenan los pueblos de Navarra y Euskadi de homenajes a etarras. Es un hecho tan claro que resulta asombroso que el Gobierno y sus hooligans nos lo quieran esconder. Si incluso son los propios diputados de Bildu los que muestran con orgullo su curriculum vitae.

Como si no fuese suficiente, muchos defienden que Bildu es un partido legal y democrático. Y no me refiero a los políticos, instruidos en el arte de la mentira y la farsa, sino a ciudadanos normales y corrientes como ustedes y como yo, gente que escribe en periódicos, que los lee, que camina por la vida y es feliz. Como si estas dos premisas (ser legal y participar en democracia) fuesen suficientes ingredientes para borrar la memoria de todo un país. ¿Acaso conviene recordar qué es Bildu? No me refiero a lo que han hecho los políticos que lo integran (muchos de ellos condenados en firme por terrorismo), sino a lo que hacen ahora. ¿Cómo podríamos catalogar el acto de homenajear a un etarra, un hombre que ha asesinado vilmente con un tiro en la nunca a un chaval de 29 años por ocupar un escaño en un Ayuntamiento? ¿Acaso merece la pena insistir en esta farsa para aprobar unos presupuestos? ¿Vale todo en un país donde 800 personas han dado su vida contra su voluntad, precisamente en nombre de la firmeza de un Estado que ahora se desvanece?

Una de las pocas virtudes que tiene Bildu es la de la claridad de sus argumentos. Es un partido que no se esconde y expresa en todo momento lo que piensa. El otro día en el Congreso afirmó que «quieren abolir el régimen español´. Y en esta ocasión no han hablado en pasado. Lo intentaron por medio de las bombas y el plomo, ese material que muchos españoles solo conocen a través de las series de televisión, afortunadamente. ¿Pondrían ustedes, como votantes, el servicio y el poder de las instituciones en manos de semejantes individuos? Al parecer, no es suficiente preocupación para el Gobierno, que prefiere apoyarse en Otegi y sus cinco diputados. Pero recuerden, «con Rivera no, con Rivera no». Así de perdida anda la brújula del socialismo en nuestros tiempos.

El tema es tan serio que no habrá vacuna que lo silencie. O tal vez sí, en España nunca se sabe. El Gobierno ha decidido apoyarse en tres partidos que varían en radicalidad, pero cuyo objetivo principal es la destrucción de la democracia que hoy en día nos mantiene en convivencia. Hablamos de PNV, ERC y Bildu. Se trata de que algunos ciudadanos tengan más derechos que otros por el simple lugar de nacimiento o por la etimología del apellido. Algunos tenemos la suerte de que nuestro apellido es tan común que es de todos los lugares y de ninguno al mismo tiempo. No hay nada más racista y clasista que este privilegio, por eso observo con estupefacción a políticos murcianos, periodistas, faros de opinión, ciudadanos normales o profesores de universidad celebrar la mano de Bildu en los presupuestos. Incluso si a Bildu se le quitase su máscara, su memoria (que quieren desmemoriar), incluso en ese extremo de amnesia, sería un partido con el que no compartir ni cola en la parada del autobús. ¿De verdad el socialismo tiene algo que ver con la extrema izquierda abertzale? Y ERC no mejora la situación, cuyo ideario, que se hace llamar de izquierdas, evalúa a las personas según la lengua que hablan o el lugar de procedencia.

La política fiscal española se va a decidir en una mesa donde solamente estén Sánchez y Rufián. Que sigan los progresistas sacando champán y celebrando los nuevos tiempos. El nuestro es sombrío porque se invierten los valores. Resulta que los que se proclaman adalides de la igualdad y la justicia social traen bajo el brazo una ristra de recortes de derechos. Que Rufián decida los impuestos y el régimen fiscal que se debe imponer en Madrid y no sean los propios madrileños es espantoso. Pero mucho más lo es que ciudadanos de Murcia, de Extremadura o del propio Madrid miren hacia otro lado o traguen el arsénico por compasión. Esto transciende la vieja dicotomía de izquierdas y derechas. La armonización fiscal de impuestos es el último invento lingüístico de Moncloa para atacar a los que no aplauden sus piruetas. ¿Pretenden recaudar dinero de Madrid para conectar de una maldita vez Andalucía y Murcia por tren? ¿Para invertir en infraestructuras en Extremadura? No, queridos lectores. El dinero irá para aquellas comunidades cuyos apellidos no sean Pérez, García o Martínez. Lo siento. En el futuro, procuren cambiar de apellido si quieren ser progresistas. O ricos.