El jueves a media tarde me llegó un whatsapp del cielo: «Yayo, le tengo, me la he jugado y le tengo. Tengo al Diego en el programa de la noche». Entre las nubes de una viñeta de Puebla visualicé al Maestro Orive colándose entre la multitud en el mismísimo Edén para agarrar al Diego colándole alguna frase de zagal entrometido que le llegó al alma al único diez. Los que hacían su profesión como el que juega al churro en el patio se entienden en el ganar. Siempre he pensado que tenemos a alguien ahí arriba que nos recibe y nos enseña. A mi prima Maui le tocó pasear en su jeep celestial a David Bowie. Cuando supe que Maradó llegaba al cielo enseguida visualicé a Orive agarrándole para hablarle al oído al Diego. ¿Qué hago ya acá? Dijo el diez, imaginándose en un purgatorio distinto.

Nos ha dejado un hermano / Lo llora el futbol del mundo / Un corazón vagabundo / Dios le está dando la mano / Esto viene de lontano / Arrabal, Villa Fiorito / Ayer, pesebre bendito / Hoy, para siempre de luto / En el humo de un canuto / Este silencio es un grito (Andrés Calamaro, Facebook, 26 de noviembre 2020)

Escribe Calamaro, amigo. Hermano. Que le cantaba «por las alegrías que le das al pueblo», como esa pancarta que rezaba al Dios del fútbol diciendo que «no me importa lo que hiciste en tu vida, me importa lo que hiciste en las nuestras». La conciencia se hace roca cuando uno llega al cielo, Diego. Pero la humanidad la funde casi siempre. La humanidad, concepto a recuperar siempre, Diego. La entradilla de Orive en su programa para los niños futboleros de siglo y medio de vida resquebrajó el fútbol mismo. Lo que siempre será el Diego Maradona. Y no es argentino decir el Diego. Porque decir el Diego es decir el Fútbol.

Una naranja, una bolita de papel de aluminio, un huevo. Jueguitos hacía con su don El Diego. No jugaba con la Pelota. Con la Pelota ganaba y sometía al fútbol con gracia natural. Ahí estaba lo divino. Lo único. Todos los que alguna vez hemos hecho una gambeta. Los que hemos tocado un balón jugando para engañar al contrario, para marcar un gol, durante un instante siempre vemos el alma del juego. Ahora me voy por aquí, recorto y pego rápido al palo largo y entra por la escuadra. En un instante lo vemos. Luego hay que hacerlo. Y cuando sale se siente como dos piezas de un puzzle temporal encajan. Como si hubiéramos cosido un macramé dibujado en la telita. Pues ahí el Diego creaba adelantándose al tiempo. Y así dejó a cincuenta millones de ingleses engañados buscando su sombra para llegar al clímax del fútbol. Hemos visto ese gol mucho más que al Diego levantando la copa. Más que cualquiera otra imagen suya. Ahí está su triunfo incontestable. Ahí está fundida su conciencia.

Dice Cappa que los físicos no pueden entender las parábolas de su Pelota en algunas faltas, goles inverosímiles. El Diego se adelantó a las jugadas. Él tenía más tiempo. Vencer a la confianza está al alcance de uno. Sólo he visto esa virtud en su fútbol. Ho visto Maradona, como resumen de una vida de futbolero niño. Tener Maradona es tener algo que supera a la confianza. Es saber más que el tiempo durante instantes. Es romper la ley de la causa y el efecto. Es ser el efecto. El Diego tenía Maradona. Y eso lo tienen sólo los niños y desparece cuando dejan de creer en las fantasías. Y encima todos dicen que era un tipo generoso. Como son los niños. Quién te dice a ti que no está ahí, en la infancia misma, el secreto de todos los que han sido únicos. Sí, cuando crees en algo de forma absoluta, como un niño, tienes Maradona.

«Me lo traigo a Murcia, Yayo. El capote se lo tiré al Diego y lo cogió bajándolo con el pecho. Tarda en venir y tranquilo, el Diego ya es murcianista». El whatsapp de Orive a la medianoche me dejó la sonrisa de un niño para soñar una vez más con el fútbol del Diego con la camiseta de mi equipo. Ho visto Maradona, inamorato sono. #GraciasDiego Vale.